En base a lo que escribe Santo Tomás de Aquino en los capítulos 6, 7 y 8 del libro IV de la Suma contra los Gentiles.
Argumentos que
demuestran que el Hijo es Dios:
1. Pues cuando la
Divina Escritura llama Hijo de Dios a Cristo e hijos de Dios a los
ángeles, es por distinta razón. Por lo cual dice el Apóstol: “Pues
¿a cuál de los ángeles dijo alguna vez: Tú eres mi hijo, yo te he
engendrado hoy?” Cosa que afirma fue dicha a Cristo. Ahora bien,
según la opinión aludida, por la misma razón se llamarían hijos
los ángeles y Cristo, ya que a ambos competiría el título de
filiación conforme a la sublimidad de naturaleza en que fueron
creados por Dios.
Y no hay
inconveniente en que Cristo sea de una naturaleza superior a la de
todos los ángeles, porque entre los ángeles también hay diversos
órdenes, como consta por lo dicho (l. 3, c. 80); y, sin embargo, a
todos compete la misma razón de filiación. Luego Cristo no se llama
Hijo de Dios con arreglo a lo que afirma dicha opinión.
2. Asimismo, como
por razón de creación convenga el título de la filiación divina a
muchos, o sea, a todos los ángeles y santos, si Cristo se llama
también Hijo por la misma razón, no sería “Unigénito”, aunque
por la excelencia de su naturaleza podría llamarse “Primogénito”
entre los demás. Pero la Escritura afirma que Él es Unigénito: “Y
le vimos como Unigénito del Padre”. Luego no se llama Hijo de Dios
por razón de la creación.
3. Además, el
título de filiación responde propia y verdaderamente a la
generación de los vivientes, en los cuales el engendrado procede de
la substancia del generante. Por otra parte, cuando llamamos
hijos a los discípulos o a quienes están a nuestro cuidado, el
título de filiación no responde a la realidad, sino más bien a
cierta razón de semejanza. Luego si Cristo se llamase Hijo
únicamente por razón de creación, como lo que es creado por
Dios no procede de su divina substancia, Cristo no podría
llamarse en verdad Hijo de Dios. Ahora bien, Cristo es llamado
verdadero Hijo: “Para que estemos -dice San Juan- en su
verdadero Hijo, Jesucristo”. Luego no es llamado Hijo de Dios
como creado por Dios en la más excelente naturaleza, sino como
engendrado de la substancia de Dios.
Además, si
Cristo se llamase Hijo por razón de creación, no sería verdadero
Dios, ya que nada creado puede llamarse Dios si no es por cierta
semejanza con Él. Pero el mismo Jesucristo es verdadero Dios, porque
cuando Juan dijo: “Para que estemos en su verdadero Hijo”,
añadió: “Él es el verdadero Dios y la vida eterna”. Luego
Cristo no se llama Hijo de Dios por razón de creación.
4. Además, dice el
Apóstol: “De quienes procede Cristo según la carne, el cual está
por encima de todas las cosas, Dios bendito por los siglos, amén”;
y también: “Con la bienaventurada esperanza en la venida gloriosa
del gran Dios y de nuestro Salvador, Cristo Jesús”. Y además se
dice: “Yo suscitaré a David un Vástago de justicia”; y luego se
añade: “Y el nombre con que le llamarán será éste: Yavé,
nuestra justicia”; poniendo en hebreo la palabra “tetragrámaton”,
la cual es indudable que se dice sólo de Dios. Por lo cual se ve que
el Hijo de Dios es verdadero Dios.
5. Además,
si Cristo es verdadero Hijo, síguese necesariamente que es verdadero
Dios. Porque no puede llamarse en verdad Hijo lo que procede
de otro, aunque nazca de la substancia del generante, si no es
semejante específicamente al generante; pues es preciso que el
hijo del hombre sea hombre. Luego si Cristo es verdadero Hijo de
Dios, es necesario que sea verdadero Dios. Por lo tanto, no es algo
creado.
6. Asimismo,
ninguna criatura recibe toda da plenitud de la bondad divina;
porque, como consta por lo dicho (c. 1), las perfecciones divinas van
de Dios a las criaturas, como descendiendo. Mas Cristo tiene en sí
toda la plenitud de la divina bondad, porque dice el Apóstol:
“En Cristo habita toda la plenitud de la divinidad”. Luego
Cristo no es criatura.
7. Aún más.
Por más que el entendimiento del ángel tenga un conocimiento
más perfecto que el entendimiento del hombre, sin embargo es muy
inferior al entendimiento divino. En cambio, el entendimiento
de Cristo no es al conocer inferior al entendimiento divino. Pues
se dice que “en Cristo se hallan escondidos todos los tesoros de la
sabiduría y de la ciencia”. Luego Cristo, Hijo de Dios, no es
una criatura.
8. Además,
todo cuanto Dios posee en Sí mismo es su esencia, como se
explicó en el libro 1 (c. 21 s.). Ahora bien, todo cuanto tiene
el Padre es del Hijo, puesto que el mismo Hijo dice: “Todo
cuanto tiene el Padre es mío”; y, hablando con el Padre, dice:
“Todo lo mío es tuyo, y todo lo tuyo, mío”. Luego son
idénticas la esencia y naturaleza del Padre y la del Hijo. Por lo
tanto, el Hijo no es una criatura.
9. Además,
el Apóstol dice que antes de que se anonadase a sí mismo tomando
la forma de siervo, existía “en la forma de Dios”. Mas por
forma de Dios no se entiende otra cosa que la naturaleza divina, así
como por forma de siervo no se entiende más que la naturaleza
humana. Luego es Hijo en la naturaleza divina. No es, pues,
criatura.
10. Asimismo, nada
creado puede ser igual a Dios; mas el Hijo es igual al Padre.
Pues se dice: “Los judíos buscaban con más ahínco matarle,
porque no sólo quebrantaba el sábado, sino que llamaba a Dios su
Padre, haciéndose igual a Dios”. Pues bien, la narración del
evangelista, “cuyo testimonio es verdadero”, es que Cristo se
llamaba Hijo de Dios e igual al Padre, por lo cual los judíos le
perseguían. Ningún cristiano duda de que lo que Cristo dijo de sí
es verdadero, al decir el Apóstol: “No tuvo por usurpación el
ser igual al Padre”. Luego el Hijo es igual al Padre. Por lo
tanto, no es una criatura.
11. Además, se lee
en el Salmo que nadie, ni aun entre los ángeles, que son llamados
hijos de Dios, tiene ninguna semejanza con Dios. Dice: “¿Quién
semejante a Yahvé entre los hijos de los dioses?” Y en otra parte:
“¡Oh Dios!, ¿quién será semejante a ti?” Lo cual hay que
entenderlo de una semejanza perfecta, según se ve por lo dicho en el
libro 1 (c. 29). Pero Cristo demostró su perfecta semejanza con
el Padre incluso en el vivir; pues se dice: “Así como el Padre
tiene la vida en sí mismo, así dio también al Hijo tener vida en
sí mismo”. Luego Cristo no se ha de incluir entre los hijos
creados de Dios.
12. Aún más:
ninguna substancia creada representa a Dios en cuanto a
substancia; ya que todo cuanto se ve de la perfección de
cualquier criatura es menos que lo que es Dios. Luego por ninguna se
puede conocer o saber la esencia de Dios. Mas el Hijo representa
al Padre, puesto que de Él dice el Apóstol que “es la imagen de
Dios invisible”. Y para que no se crea que es una imagen
deficiente, que no representa la esencia de Dios, y por la que no se
pueda conocer “qué es” Dios, igual como el hombre se dice
“imagen de Dios”, se hace ver que es una imagen perfecta, que
representa la misma substancia de Dios, cuando dice el Apóstol que
“es el esplendor de su gloria y la imagen de su substancia”.
Luego el Hijo no es una criatura.
13. Además, lo
que pertenece a un género no puede ser causa universal de cuanto
está comprendido en él; por ejemplo, el hombre no puede ser
causa universal de los hombres, porque nada es causa de sí mismo. El
sol, sin embargo, como no pertenece al género humano, es causa
universal de la generación humana; como lo es Dios, en último
término. Pero el Hijo es causa universal de las criaturas,
porque se dice: “Todas las cosas fueron hechas por Él”;
igualmente dice la Sabiduría engendrada: “Estaba yo con Él como
arquitecto”. Y el Apóstol dice: “En Él fueron creadas todas las
cosas del cielo y de la tierra”. Luego El no pertenece al género
de las criaturas.
14. Igualmente, es
evidente, por lo demostrado en el libro 2 (c. 98), que las
substancias incorpóreas, que llamamos ángeles, no pueden ser
hechas más que por creación. También se demostró (c. 21) que
ninguna substancia puede crear, sino solamente Dios. Ahora
bien, el Hijo de Dios, Jesucristo, es causa de los ángeles al
darles el ser, porque dice el Apóstol: “Los tronos, las
dominaciones, los principados, las potestades, todo fue creado por Él
y para Él”. Luego el Hijo no es una criatura.
15. Además, como
la acción de cualquier cosa sigue a la naturaleza de la misma, a
quien no le pertenezca tal naturaleza tampoco le pertenecerá su
propia acción; por ejemplo, quien no pertenece a la especie
humana carece de acción humana. Mas las acciones propias de Dios
convienen al Hijo, como el crear (conforme ya se demostró), el
mantener y conservar todas las cosas en el ser; también el borrar
los pecados, lo cual es propio de Dios, como consta por lo dicho
(l. 3, cc. 65, 157). Puesto que se dice del Hijo: “Todo subsiste en
Él”; y también se dice que con su poderosa palabra sustenta todas
las cosas, después de hacer la purificación de los pecados”.
Luego el Hijo de Dios es de naturaleza divina y no una criatura.
Mas como Arrio
podría decir que el Hijo hace todo esto no como agente principal,
sino como instrumento del agente principal, que no obra en virtud
propia, sino sólo en virtud del agente principal, el Señor rechaza
esta dificultad diciendo: “Lo que hace el Padre lo hace
igualmente el Hijo”. Luego, así como el Padre obra por sí mismo y
en virtud propia, así también el Hijo.
De este texto se
deduce, además, que son idénticos la fuerza y poder del Hijo y del
Padre. Ya que no sólo dice que el Hijo obra igualmente que el Padre,
sino que “lo mismo e igualmente”. Ahora bien, dos
agentes no pueden hacer una misma cosa del mismo modo; porque o la
hacen de modo desigual, como cuando el agente principal y el
instrumento hacen la misma cosa, o, de hacerla de un modo igual, es
preciso que convengan en un solo poder. Y este poder unas
veces es el resultado de diversas fuerzas en diversos agentes,
como se ve en muchos que arrastran una nave; porque todos la
arrastran igualmente; mas, como el poder de cada uno es imperfecto
e insuficiente para el efecto, con la reunión de todos se hace
un poder común que basta para arrastrar la nave. Pero esto no
puede decirse del Padre y del Hijo. Pues el poder del Padre no es
imperfecto, sino infinito, como se demostró en el libro 1 (c. 43).
Luego es preciso que sea el mismo numéricamente el poder del
Padre y el del Hijo. Y como el poder sigue a la naturaleza de la
cosa, es preciso que sea una misma numéricamente la naturaleza y la
esencia del Padre y la del Hijo. Esto también se puede deducir por
lo anterior, puesto que, si en el Hijo hay naturaleza divina, como se
demostró de muchas maneras, al no poderse, multiplicar la naturaleza
divina, según se demostró en el libro I (c. 42), síguese
necesariamente que en el Padre y en el Hijo sean una misma en número
la naturaleza y la esencia.
16. Además,
nuestra última felicidad está sólo en Dios, en quien únicamente
hay que poner la esperanza del hombre y a quien solamente hay que
prestar culto de latría, como se demostró en el libro 3 (cc.
37, 52, 120). Ahora bien, nuestra felicidad está en el Hijo de
Dios, ya que se dice: “Esta es la vida eterna, que te conozcan
a ti esto es, al Padre y a tu enviado, Jesucristo”. Y también se
dice del Hijo de Dios que es “verdadero Dios y vida eterna”. Y es
cierto que en la Sagrada Escritura el nombre de “vida eterna”
significa la última felicidad. También dice Isaías sobre el Hijo,
según lo cita el Apóstol, que “aparecerá la raíz de Jesé, y el
que se levanta para mandar a las naciones; en Él esperarán las
naciones”. Se dice, además, en el Salmo: “Postraránse ante El
todos los reyes y le servirán todos los pueblos”. Y se dice
también que “todos honren al Hijo como honran al Padre”; y,
además, en el Salterio: “Se postren ante El todos los ángeles”.
Y todo esto refiérelo el Apóstol al Hijo. Luego es claro que el
Hijo de Dios es verdadero Dios.
Para demostrar esto
sirven también las razones que hemos aducido antes contra Fotino (c.
4), al demostrar que Cristo no fue hecho Dios, sino que lo es en
realidad.
Objeciones arrianas
y respuesta:
1. Porque dice el
Hijo, hablando a su Padre: “Esta es la vida eterna, que te conozcan
a ti, único Dios verdadero”. Luego solamente el Padre es verdadero
Dios. Por tanto, como el Hijo no es el Padre, el Hijo no puede ser
verdadero Dios.
Respondo: Luego,
cuando el Señor, hablando con el Padre, dice: “Para que te
conozcan a ti, sólo Dios verdadero”, no hay que entenderlo de modo
que sólo el Padre fuese verdadero Dios y el Hijo no lo fuera, como
se prueba claramente con el testimonio de la Escritura; sino que
aquella deidad que es única y verdadera conviene al Padre, pero sin
excluir de ella al Hijo. Por eso no dijo expresamente el Señor:
“Para que conozcan al solo Dios verdadero”, como si sólo Él
fuese Dios, sino esto: “Para que te conozcan a ti”; y añadió:
“Sólo Dios verdadero”, para demostrar que el Padre, del cual Él
se proclama Hijo, es Dios, en quien se encuentra aquella deidad que
es única y verdadera. Y como es preciso que un hijo verdadero sea de
la misma naturaleza que el padre, síguese que más convendrá al
Hijo tener dicha divinidad única y verdadera que ser excluido de
ella. Por lo cual, también Juan, al final de su primera canónica,
como glosando estas palabras del Señor, atribuye al verdadero Hijo
las dos cosas que aquí dice el Señor del Padre, esto es, que es
verdadero Dios y que en Él está la vida eterna, diciendo: “Para
que conozcamos al que es verdadero Dios y estemos en su verdadero
Hijo. Este es el verdadero Dios y la vida eterna”. Mas si el Hijo
hubiese declarado que únicamente el Padre es verdadero Dios, no por
eso hay que excluir al Hijo de la verdadera divinidad, porque como el
Padre y el Hilo son un solo Dios, según se demostró (c. prec.),
todo cuanto se dice del Padre en razón de su divinidad es igual que
si se dijese del Hijo, y viceversa. Pues, aunque dijese el Señor:
“Nadie conoce al Hijo sino el Padre, y nadie conoce al Padre sino
el Hijo”, no se ha de entender que el Padre o el Hijo no se conocen
a sí mismos.
2. Además, dice el
Apóstol: “Que te conserves sin tacha, sin culpa en el mandato
hasta la manifestación de nuestro Señor Jesucristo, a quien hará
aparecer a su tiempo al bienaventurado y solo Monarca, Rey de reyes y
Señor de los señores, el único inmortal que habita una luz
inaccesible”. En cuyas palabras se ve la distinción entre Dios
Padre, que da a conocer, y el Hijo conocido. Por lo tanto, solamente
Dios Padre, que da a conocer, es el poderoso Rey de los reyes y el
Señor de los que dominan; sólo Él tiene inmortalidad y habita en
luz inaccesible. Luego sólo el Padre es verdadero Dios y no el Hijo.
Respondo: Y por esto
(la respuesta a la anterior objeción) es evidente también que la
verdadera divinidad del Hijo no queda excluida en estas palabras de
Apóstol: “A quien hará aparecer a su tiempo el bienaventurado y
solo Monarca, Rey de reyes y Señor de los señores”. Porque en
estas palabras no se nombra al Padre, sino a lo que es común al
Padre y al Hijo. Pues en el Apocalipsis se expresa claramente que el
Hijo es Rey de reyes y Señor de los que dominan, cuando se dice:
“Vestía un manto empapado de sangre y tenía por nombre Verbo de
Dios”; y se añade después: “Y tiene sobre su manto y sobre su
muslo escrito su nombre: Rey de reyes y Señor de los que dominan”.
Y por lo que sigue: “El único inmortal”, no se excluye al Hijo,
porque también concede la inmortalidad a los que creen en Él; por
eso se dice: “Todo el que cree en mí no morirá para siempre”. Y
lo que sigue: “A quien ningún hombre vio ni puede ver”,
ciertamente conviene al Hijo, porque ha dicho el Señor: “Nadie
conoce al Hijo sino el Padre”. Y esto no impide que apareciese
visiblemente, porque se apareció según la carne. Sin embargo, según
la deidad, es invisible como el Padre. Por donde dice el Apóstol en
la misma epístola: “Sin duda que es grande el misterio de la
piedad que se ha manifestado en la carne”. Ni ello obliga a que
entendamos estas cosas como dichas sólo del Padre, porque se dicen
como si conviniese que uno fuera el que manifiesta y otro el
manifestado. Puesto que el Hijo también se manifestó de por sí,
pues dice Él: “Quien me ama será amado de mi Padre, y yo le amaré
y me manifestaré a él”. Por eso también le decimos: “Muéstranos
tu rostro y seremos salvos”.
3. Además, dice el
Señor: “El Padre es mayor que yo”; y el Apóstol dice también
que el Hijo está sometido al Padre: “Cuando le fueren sometidas
todas las cosas, entonces el mismo Hijo se someterá a quien -esto
es, al Padre- todo se lo sometió”. Ahora bien, si el Padre y el
Hijo tuviesen una misma naturaleza, también tendrían una misma
grandeza y majestad, porque el Hijo no sería menor que el Padre ni
le estaría sometido. Luego, según la Escritura, el Hijo no es
-según ellos creían- de la misma naturaleza que el Padre.
Respondo: Y
cómo haya que entender estas palabras del Señor: “El Padre es
mayor que yo”, nos lo enseña el Apóstol. Como el “más” y el
“menos” están relacionados, hay que entenderlo como dicho del
Hijo en cuanto que se empequeñeció. El Apóstol demuestra que Él
se empequeñeció al tomar forma de siervo, permaneciendo, sin
embargo, igual al Padre según la forma divina, pues dice: “Quien
existiendo en la forma de Dios no reputó como una usurpación el
mantenerse igual al Padre, antes se anonadó tornando la forma de
siervo”. Ni es de admirar si por esto el Padre se dice mayor que
Él, al llamarle también el Apóstol menor que los ángeles: “Pero
sí vemos –dice- al que Dios hizo poco menor que los ángeles, a
Jesús, coronado de gloria y honor por haber padecido la muerte”.
-Y esto demuestra también que por esta misma razón se dice que el
Hijo está “sometido al Padre”, esto es, en cuanto a la
naturaleza humana, como puede verse por el contexto; pues el Apóstol
había dicho antes: “Por un hombre vino la muerte… y por un
hombre vino la resurrección de los muertos”. Y después añadía:
“Cada uno resucitará a su tiempo: primero Cristo, luego los de
Cristo”; y luego: “Después será el fin, cuando entregue a Dios
Padre el reino”. Y, demostrado en qué consiste tal reino, a saber,
en el dominio universal, añade con razón: “Cuando le queden
sometidas todas las cosas, entonces el mismo Hijo se sujetará a
quien a El todo se lo sometió”. Luego el mismo contexto de la cita
demuestra que esto debe entenderse de Cristo en cuanto hombre,
porque, siéndolo, murió y resucitó. Porque, según la divinidad,
“al hacer todo lo que hace el Padre”, como se demostró (c. 7),
también Él sometió a sí todas las cosas. Por esto dice el
Apóstol: “Esperamos al Salvador y Señor Jesucristo, que reformará
el cuerpo de nuestra vileza, conforme a su cuerpo glorioso, en virtud
del poder que tiene para someter a sí todas las cosas”.
4. Aún más: la
naturaleza del Padre no sufre indigencia. Pero en el Hijo hay
indigencia. Porque se ve por las Escrituras que el Hijo recibe del
Padre, y el recibir es de indigentes. Así se dice: “Todo me ha
sido entregado por mi Padre”; y también: “El Padre ama al Hijo y
ha puesto en su mano todas las cosas”. Luego parece que el Hijo no
es de la misma naturaleza que el Padre.
Respondo: Y porque
en las Escrituras se diga que el Padre da al Hijo, siguiéndose que
Él “recibe”, no se puede declarar que hay en El alguna
indigencia, antes bien, exígelo la razón de Hijo, porque no podía
llamarse Hijo si no fuera engendrado por el Padre; ahora bien, todo
engendrado recibe la naturaleza del generante. Luego, al decir que el
Padre da al Hijo, no hay que entender más que la generación del
Hijo, según la cual el Padre dio al Hijo su naturaleza. -Y puede
entenderse así, considerando lo que se da. Porque dice el Señor:
“Lo que mi Padre me dio es mayor que todo”. Pero lo que es mayor
que todo es la divina naturaleza, en la cual el Hijo es igual al
Padre, como lo demuestran las mismas palabras del Señor. Pues antes
dijo: “Sus ovejas nadie podrá arrebatarlas de su mano”. Y para
probarlo aduce las palabras citadas, esto es: “Lo que el Padre le
dio es mayor que todo”, porque “nadie podrá arrebatarlo -como
dice a continuación- de la mano de mi Padre”. Siguiéndose de esto
que tampoco de la mano del Hijo. Mas no se seguiría, si no fuese
igual al Padre, por lo que recibió de Él. De donde para explicarlo
más claramente añadió: “Yo y el Padre somos uno”. E igualmente
dice el Apóstol: “Y le dio un nombre sobre todo nombre, para que
al nombre de Jesús doble la rodilla cuanto hay en los cielos, en la
tierra y en los abismos”. El nombre más sublime de todo, que
venera toda criatura, no es otro que el nombre de la divinidad. Luego
por esta donación se entiende la misma generación por la que el
Padre dio al Hijo verdadera divinidad. Esto mismo se demuestra
también al decir que “todas las cosas le fueron entregadas por el
Padre”. Y no le serían entregadas todas las cosas si toda la
plenitud de la divinidad que está en el Padre no estuviese en el
Hijo.
5. Además, ser
instruido y ayudado es de indigentes. Mas el Hijo es instruido y
ayudado por el Padre. Porque se dice: “No puede el Hijo hacer nada
por sí mismo, sino lo que ve hacer al Padre”. Y después: “El
Padre ama al Hijo y le muestra todo lo que Él hace”; y dice el
Hijo a sus discípulos: “Todo lo que oí de mi Padre os lo he dado
a conocer”. Luego no parece que sean de la misma naturaleza el Hijo
y el Padre.
Respondo: Ni se
opone a lo dicho el que se lea en las Escrituras que el Padre diese
poder en el transcurso del tiempo a su Hijo, según el dicho del
Señor a sus discípulos después de la resurrección: “Me ha sido
dado todo poder en el cielo y en la tierra”; y el Apóstol dice:
“Por lo cual Dios le exaltó y le otorgó un nombre sobre todo
nombre, porque fue obediente hasta la muerte”, como si no hubiera
tenido este nombre desde la eternidad. Porque es un modo acostumbrado
en la Escritura decir que algunas cosas existen o han sido hechas
cuando se conocen. Ahora bien, que el Hijo recibiese desde la
eternidad un poder universal y un nombre divino, se dio a conocer al
mundo después de la resurrección, por la predicación de los
apóstoles. Demuéstranlo también las palabras del Señor, pues
dice: “Padre, glorifícame cerca de ti mismo con la gloria que tuve
cerca de ti antes que el mundo existiese”. Por lo tanto, pide que
la gloria que como Dios recibió del Padre desde la eternidad se
manifieste en El hecho ya hombre.
Y por esto se ve
cómo el Hijo no siendo ignorante, es enseñado. Porque se demostró
en el libro 1 (c. 25) que en Dios es lo mismo el entender y el ser.
Por eso la comunicación de la naturaleza divina es también una
comunicación de la inteligencia. Ahora bien, la comunicación de la
inteligencia puede llamarse “demostración”, o “locución”, o
“enseñanza”. Luego, por el hecho de que el Hijo recibiese del
Padre en su nacimiento la naturaleza divina, se dice que el Hijo
aprendió del Padre o que el Padre “le mostró”, y otras cosas
parecidas que se leen en las Escrituras; y no quieren decir que el
Hijo fuese antes ignorante o nesciente y que el Padre le enseñó
después. Porque el Apóstol declara que Cristo es llamado “poder y
sabiduría de Dios”, y no es posible que la sabiduría sea
ignorante ni que el poder se debilite.
Así también la
frase “no puede el Hijo hacer nada por sí mismo”, no demuestra
que haya en Él debilidad alguna para obrar, sino que como para Dios
el obrar no es otra cosa que el ser, y su acción no es otra cosa que
su esencia, como ya se probó (l. 1, c. 45), así se dice que el Hijo
no puede obrar por sí solo, sino que obra por el Padre; como no
puede existir por sí solo, sino sólo por el Padre; pues, si existe
por sí solo, ya no sería Hijo. Luego, no pudiendo dejar de ser
Hijo, tampoco podrá obrar por sí solo. Pero, como el Hijo recibe la
misma naturaleza que el Padre y, en consecuencia, el mismo poder,
aunque no exista por sí solo ni por sí solo obre, sin embargo
existe “de por sí” y “de por sí” obra; porque así como
existe por su propia naturaleza, que recibió del Padre, también
obra por la propia naturaleza recibida del Padre. Por eso, después
que el Señor dijo: “No puede el Hijo hacer nada por sí mismo”,
con el fin de manifestar que, aunque el Hijo no obra por sí solo,
sin embargo obra de por sí, añadió: “Lo que éste -a saber, el
Padre- hace, lo hace igualmente el Hijo”.
6. Es más: recibir
un mandato, obedecer, orar y ser enviado parece propio de un
inferior. Ahora bien, todo esto se lee del Hijo. Así dice el Hijo:
“Según el mandato que me dio el Padre así hago”. Y también:
“Hecho obediente al Padre hasta la muerte”. E igualmente: “Yo
rogaré al Padre y os daré otro abogado”. Y el Apóstol dice
también: “Mas al llegar la plenitud de los tiempos envió Dios a
su Hijo”. Luego el Hijo es menor que el Padre y está sometido a
Él.
Respondo: Por lo
dicho también se ve cómo “el Padre manda al Hijo”, y “el Hijo
obedece al Padre”, o “ruega al Padre”, o “es enviado por el
Padre”, ya que todo esto conviene al Hijo en cuanto está sujeto al
Padre; lo cual no tiene lugar sino según la humanidad asumida, como
se demostró. Por lo tanto, el Padre manda al Hijo en tanto le está
sujeto según la naturaleza humana. Y esto manifiesta también las
palabras del Señor. Puesto que cuando el Señor dice “Conviene que
el mundo conozca que yo amo al Padre, y que, según el mandato que me
dio el Padre, así hago”, se demuestra cuál es este mandato por lo
que sigue: “Levantaos, vámonos de aquí”; pues dijo esto
acercándose a la Pasión; ahora bien, el mandato de padecer es
evidente que no compete al Hijo sino en cuanto a su naturaleza
humana. Igualmente, cuando dice: “Si guardareis mis preceptos,
permaneceréis en mi amor, como yo guardé los preceptos de mi Padre
y permanezco en su amor”, es evidente que estos preceptos
pertenecen al Hijo en cuanto es amado por el Padre, como hombre, así
como Él amaba a los discípulos como hombres. Y que los mandatos del
Padre al Hijo hay que tomarlos según la naturaleza humana asumida
por el Hijo, lo demuestra el Apóstol, diciendo que el Hijo fue
obediente al Padre en lo que pertenece a la naturaleza humana; pues
dice: “Fue hecho obediente hasta la muerte”. También demuestra
el Apóstol que el rogar conviene al Hijo según la naturaleza
humana. Porque dice que, “habiendo ofrecido en los días de su vida
mortal oraciones y súplicas con poderosos clamores y lágrimas al
que era poderoso para salvarle, fue escuchado por su reverencial
temor”. Y también que, en cierto modo, se dice que fue enviado por
el Padre, lo demuestra el Apóstol cuando dice: “Envió Dios a su
Hijo, nacido de mujer”. Por lo tanto, es llamado enviado porque fue
hecho de mujer; cosa que ciertamente le conviene por haber asumido la
carne. Luego está claro que con todo esto sólo se puede demostrar
que el Hijo está sometido al Padre según la naturaleza humana. Pero
hay que advertir que también se dice que el Hijo es enviado por el
Padre invisiblemente en cuanto Dios, sin perjuicio de la igualdad que
tiene con el Padre, como después se demostrará (c. 23), al tratar
de la misión del Espíritu Santo.
7. Igualmente,
el Hijo es glorificado por el Padre, como El mismo dice: “Padre,
glorifica tu nombre”; y sigue: “Llegó entonces una voz del
cielo: Le glorifiqué y de nuevo le glorificaré”; y también dice
el Apóstol que “Dios resucitó a Cristo Jesús de entre los
muertos”. Además, dice Pedro que fue “exaltado a la diestra de
Dios”. Por lo cual parece que el Hijo sea inferior al Padre.
Respondo: Del
mismo modo es evidente también que, porque el Hijo sea “glorificado
por el Padre” o es “resucitado” o “levantado”, no se puede
demostrar que el Hijo sea menor que el Padre sino según la
naturaleza humana. Pues el Hijo no necesita de glorificación, como
si la recibiese de nuevo, habiendo declarado El que la tuvo “antes
que el mundo existiese”; sin embargo, convenía que su gloria, que
estaba latente bajo la flaqueza de la carne, se manifestase por la
glorificación de la carne y por la realización de los milagros,
para seguridad de los pueblos creyentes. Y a propósito de esta
ocultación se dice: “En verdad oculto está, su rostro. Por eso no
le estimamos”. Igualmente, Cristo fue resucitado en cuanto que
padeció y murió, esto es, según la carne. Porque se dice: “Puesto
que Cristo padeció en la carne, armaos también del mismo
pensamiento”. También fue conveniente que fuera exaltado en cuanto
que fue humillado. Pues también dice el Apóstol: “Se humilló,
hecho obediente hasta la muerte, por lo cual Dios le exaltó”.
Así, pues, porque
el Padre glorifique al Hijo, le resucite y le exalte, el Hijo no
aparece menor que el Padre sino en cuanto a la naturaleza humana.
Porque, según la naturaleza divina, en la cual es igual al Padre, la
misma operación tienen el Padre y el Hijo. Por eso, el mismo Hijo se
eleva con su propio poder, según aquello del Salmo: “Ensálzate,
Yavé, en tu fortaleza”. El mismo se resucita, porque dice de sí
mismo: “Tengo poder para dar mi alma y poder para volver a
tomarla”. Y no sólo se glorifica a sí mismo, sino también al
Padre, porque dice: “Padre, glorifica a tu Hijo, para que el Hijo
te glorifique”. No porque el Padre esté oculto por el velo de la
carne asumida, sino por la invisibilidad de su naturaleza. De este
modo también el Hijo está oculto, según la naturaleza divina;
porque es común al Padre y al Hijo lo que se dice: “En verdad tú
eres un Dios escondido, Santo de Israel, Salvador”. Pues bien, el
Hijo glorifica al Padre, no dándole gloria, sino manifestándole al
mundo, pues en el mismo lugar dice: “He manifestado tu nombre a los
hombres”.
8. Además, en la
naturaleza del Padre no puede haber defecto alguno. Mas en el Hijo
halla falta de poder, pues se dice: “Sentarse a mi diestra o a mi
siniestra no me toca a mí otorgarlo; es para aquellos para quienes
está dispuesto por mi Padre”; y también falta de ciencia, porque
El mismo dice: “Cuanto a ese día o a esa hora, nadie la conoce, ni
los ángeles del cielo ni el Hijo, sino sólo el Padre”. También
se encuentra en Él falta de una afección tranquila, al decir la
Escritura que en Él tuvo lugar la tristeza, la ira y otras pasiones
semejantes. Luego parece que el Hijo no es de le misma naturaleza que
el Padre.
Respondo: Y no hay
que pensar que en Dios Hijo haya alguna falta de poder, porque dice
Él: “Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra”. Por
eso, lo que Él dice: “Sentarse a mi diestra o a mi siniestra no me
toca a mí otorgarlo; es para aquellos para quienes está dispuesto
por mi Padre”, no prueba que el Hijo no tenga poder sobre los
tronos celestes que se han de distribuir, puesto que por dicha sesión
se entiende una participación de la vida eterna, cuya entrega
demuestra que le pertenece al decir: “Mis ovejas oyen mi voz, yo
las conozco y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna”.
También se dice que “el Padre ha entregado al Hijo todo poder de
juzgar”. Ahora bien, pertenece al juicio el que algunos sean
colocados por sus méritos en la gloria eterna; de donde también se
dice: “Pondrá las ovejas a su diestra y los cabritos a su
izquierda”. Luego pertenece al poder del Hijo el colocar a uno a la
derecha o a la izquierda, bien se refieran ambas cosas a la diferente
participación de la gloria o bien una a la gloria y otra al castigo.
Conviene, por tanto, tomar el sentido del texto de las palabras que
le anteceden. Y antes se dice que la madre de los hijos del Zebedeo
se acercó a Jesús pidiéndole que uno de sus hijos se sentara a su
derecha y el otro a su izquierda; y para pedir esto parecía movida
por cierta confianza en el parentesco carnal que tenía con Cristo
hombre. El Señor, en este caso, no dijo en su respuesta que no
pertenecía a su poder dar lo que pedían, sino que no le pertenecía
a Él darlo a aquellos para quienes se pedía. Por eso no dijo:
“Sentarse a mi diestra o a mi siniestra no me toca a mí”, sino
que más bien demostró que le tocaba darlo a “aquellos para
quienes está dispuesto por mi Padre”. Ya que no le pertenecía el
dar esto en cuanto hijo de la Virgen, sino en cuanto Hilo de Dios. Y,
por lo tanto, no le pertenecía darlo a quienes eran sus allegados en
cuanto que era hijo de la Virgen, esto es, según el parentesco
carnal; sino a quienes le pertenecían en cuanto que era hijo de
Dios, para quienes estaba preparado por el Padre en la predestinación
eterna. Y que esta preparación pertenece también al poder del Hijo,
lo declara el mismo Señor al decir: “En la casa de mi Padre hay
muchas moradas; si no fuera así, os lo diría, porque voy a
prepararos el lugar”. Ahora bien, las múltiples moradas son los
diversos grados de bienaventuranza a participar, las cuales han sido
desde la eternidad preparadas por Dios en la predestinación. Por
eso, cuando el Señor dice: “Si no fuera así”, esto es, si
faltasen para los hombres que han de ser introducidos en la
bienaventuranza moradas preparadas; y añade: “Os lo diría, porque
voy a preparar el lugar”, demuestra que tal preparación pertenece
a su poder.
Tampoco se puede
pensar que el Hijo ignorase la hora de su venida, “estando
escondidos en El todos los tesoros de sabiduría y de ciencia”,
como dice el Apóstol, y conociendo perfectamente lo más grande, es
decir, al Padre. Mas el sentido es éste: porque el Hijo, constituido
hombre entre los hombres, se porté como ignorante mientras no se lo
reveló a los discípulos. Porque es un modo de hablar acostumbrado
en las Escrituras el que se diga que Dios conoce una cosa cuando la
da a conocer. Por ejemplo: “Ahora he conocido que en verdad temes a
Dios”, esto es, “ahora hice conocer”. E igualmente se dice, a
la inversa, que el Hijo ignora lo que no nos hace conocer.
La tristeza y el
temor y otras cosas semejantes, es evidente que pertenecen a Cristo
en cuanto hombre. Pero esto no puede aminorar en modo alguno la
divinidad del Hijo.
9. Otra prueba:
expresamente se halla en la Escritura que el Hijo de Dios es
criatura. Así dice: “El creador de todas las cosas me ordenó, mi
Hacedor fijó el lugar de mi habitación”; y también: “Desde el
principio y antes de los siglos me creó”. Luego el Hijo es
criatura.
Respondo: Y
al decir que la sabiduría “e creada”, se puede entender, en
primer lugar, no de la sabiduría que es el Hijo de Dios, sino de la
sabiduría que Dios insertó en las criaturas. Porque se dice: “Es
el Señor quien la creó -es decir, a la sabiduría- y la derramó
sobre todas sus obras”. -También se puede referir a la naturaleza
creada asumida por el Hijo, de modo que el sentido sea “desde el
principio y antes de los siglos me creó”; esto es, “se previó
que me uniría a Gas criaturas”. -O, por eso de que la sabiduría
es llamada “creada” y engendrada, se nos insinúa el modo de la
generación divina, ya que en la generación lo que se engendra
recibe la naturaleza del engendrante, lo cual es una perfección; sin
embargo, en la generación que se da en nosotros, el engendrante se
cambia, lo cual es una imperfección. Ahora bien, en la creación el
creador no se inmuta, pero lo creado tampoco recibe la naturaleza del
creador. Por eso, el Hijo es llamado a la vez “creado” y
“engendrado”, para que por creación se entienda la inmutabilidad
del Padre y por generación la unidad de naturaleza entre el Padre y
el Hijo. Y así expuso un sínodo este sentido de la Escritura, como
consta por San Hilario.
10. Además, el Hijo
se cuenta entre las criaturas. Porque se dice en persona de la
Sabiduría: “Yo salí de la boca del Altísimo como primogénita
antes que toda criatura”. Y el Apóstol dice del Hijo que es
“primogénito de toda criatura”. Luego parece que el Hijo entra
en el orden de las criaturas, como ocupando el primer lugar entre las
mismas.
Respondo: Y
si el Hijo es llamado “primogénito de toda criatura”, no es
porque el Hijo está en el orden de las criaturas, sino porque el
Hijo procede del Padre y recibe del Padre, de quien proceden y
reciben las criaturas. Pero el Hijo recibe del Padre la misma
naturaleza; las criaturas no. Por lo cual el Hijo no sólo es llamado
“primogénito”, sino también “unigénito”, debido al modo
peculiar de recibir.
11. Además, dice el
Hijo, orando al Padre por los discípulos: “Yo les he dado la
gloria que tú me diste, a fin de que sean uno, como nosotros somos
uno”. Así, pues, el Padre y el Hijo son uno, como quería que
fuesen sus discípulos. Ahora bien, no quería que los discípulos
fuesen uno por esencia. Luego tampoco son uno por esencia el Padre y
el Hijo. Síguese, pues, que es una criatura sometida al Padre.
Respondo: Por
eso, lo que el Señor dice al Padre respecto de sus discípulos: “A
fin de que sean uno, como nosotros somos uno”, demuestra por cierto
que el Padre y el Hijo son uno, de igual modo que conviene que los
discípulos sean uno, a saber, por el amor; mas este modo de unión
no excluye la unidad de esencia; al contrario, la corrobora. Porque
se dice: “El Padre ama a su Hijo y ha puesto en su mano todas las
cosas”; por lo que se demuestra que en el Hijo está la plenitud de
la divinidad, como se dijo (v. sup.).