domingo, 5 de enero de 2020

Yo soy el Alfa y el Omega, dice el Señor.



Los testigos de Jehová, queriendo hacer una distinción de naturaleza entre Dios y el Hijo, dicen que Dios es Todopoderoso, mientras que a Jesús en ningún momento en la Escritura se le llama así.
Pero ésto obviamente es falso, y puede demostrarse por lo que dice Apocalipsis.


Dice el Apocalipsis que Dios, que está sentado en su trono, es el Alfa y el Omega, el principio y el fin, el primero y el último.
Ésto es aceptado por los testigos de Jehová, y ellos interpretan estas palabras así:
“¿En qué sentido? Él era el Todopoderoso en el pasado infinito y seguirá siéndolo para siempre. Él es el único que existe “de tiempo indefinido a tiempo indefinido” (Salmo 90:2).”


Por tanto, que a Dios se lo llame Alfa y Omega, Primero y Último, Principio y Fin, se debe a uno de sus atributos de la Naturaleza Divina: la eternidad.

Ahora bien. “Alfa y Omega” se le llama a Dios en Apocalipsis 1,8:
“YO SOY el Alfa y la Omega: principio y fin, dice el Señor, el que es y que era y que ha de venir, el Todopoderoso.
En ese mismo versículo se deja ver algo más: que el que es Alfa y Omega, Principio y Fin es Todopoderoso.

Por lo que eternidad y omnipotencia van de la mano, y el que es Alfa y Omega, Primero y Último, Principio y Fin, es de Naturaleza Divina: es Dios.


Dos versículos aplican los conceptos “Alfa y Omega” o “Primero y Último” a Jesús, y los mismos son:
Apocalipsis 1,17-18: “No temas. Yo soy el primero y el último y el que vive. Estuve muerto, pero ahora estoy vivo por los siglos de los siglos.
Apocalipsis 22,13: “Yo soy el Alfa y el Omega, el primero y el último, el principio y el fin”.

¿Qué tienen los testigos de Jehová para ir contra ésto?
Sobre la primera cita, que “primero y último” se aplica en dos situaciones distintas, que no es lo mismo cuando se aplica a Jesús que cuando se aplica a Dios. Cuando se aplica a Dios se refiere a la eternidad, pero cuando se aplica a Jesús se refiere a que él fue el primer resucitado glorioso y el último resucitado directamente por Dios.
Sobre la segunda cita, dicen que el texto es ambiguo y en ningún momento se aclara a quién se está refiriendo. Y que, por tanto, ha de aplicarse a quien ya se ha dicho que es el “Alfa y Omega”, o sea, solo a Jehová, el que está sentado en el trono.

Sobre ésto último, recordemos que Apocalipsis dice que el que esta sentado en el Trono es Dios, y con Él está el Cordero.

Vamos a desgranar un poco las cosas.
Si “Alfa y Omega” y “Primero y Último” se refieren a la eternidad, no puede excluirse de ello al Hijo, porque el Hijo TAMBIÉN es eterno.
¿Y cómo se demuestra ésto? Por lo que dice Hebreos 7,3, comparando a Melquisedec con Cristo:
"Aparece sin padre, sin madre, sin genealogía; no hay comienzo ni final en su existencia. En esto se parece al Hijo de Dios, permanece sacerdote para siempre" Hebreos 7,3.
Alguno podrá objetar: “Pero Melquisedec se parece al Hijo de Dios en tanto y en cuanto permanece sacerdote para siempre como el Hijo, no porque ambos sean sin comienzo ni final en la existencia”.
A ésto se responde que ni siquiera se comprendió el versículo. Si Melquisedec permanece sacerdote para siempre es precisamente por lo que se dijo antes: “no hay comienzo ni final en su existencia”. Debido a ello es sacerdote para siempre.

¿Aún así no basta? Pues vayamos a Hebreos 1,10-12, en donde el autor menciona aquellas partes del Antiguo Testamento en donde se habla del Hijo:
“Y también (se dice del Hijo): Tú, Señor, en los comienzos cimentaste la tierra, y los cielos son obras de tus manos. Ellos perecerán, pero tú permaneces; todos envejecerán como ropa, los enrollarás como manto, serán como ropa que se muda, pero tú eres siempre el mismo, y tus años no se acabarán”.

Ahora, ¿a quién se está refiriendo esta cita del Antiguo Testamento? ¡A Dios mismo! Es el Salmo 102.
Y es claro que se refiere a la inmutabilidad y eternidad de Dios. Todo perece y Dios permanece, porque Dios es eterno e inmutable.
Cuando presenté ésto a un testigo de Jehová, preguntándole además si lo que se dice de Dios puede ser aplicado a Jesús, me salió con que no hay ningún problema en el texto porque efectivamente el Hijo es eterno, pero eterno en el futuro. Una objeción absurda, porque cuando se habla de tal manera sobre Dios (todos envejecerán, pero tú eres siempre el mismo, tus años no se acabarán, tu permaneces, tú en los comienzos cimentaste la tierra, etc) lo mismo no puede ser aplicado a las criaturas, porque se está diciendo algo que solamente se aplica a Dios.

Se refiere a la eternidad e inmutabilidad, no solo a ser “eterno en el futuro” (es decir, no ser corruptible), porque si es el caso eso también es atributo de los espíritus (ángeles y demonios), que una vez que son creados existen para siempre (“siempre” en el “futuro”, porque no son eternos, comenzaron a existir) y por tanto no aventajarían en nada a Dios.
Pero no, lo que hace el Salmo 102 es resaltar la eternidad y la inmutabilidad que solo son atributos de Dios y que no puede aplicarse a ninguna criatura.

Los años de Dios no terminan porque Él es eterno, y eso lo que dice el Salmo y que San Pablo en Hebreos retoma.
Eso se puede ver por la cita anterior que hace el autor de Hebreos, citando el Salmo 45, diciendo:
“Y en cambio, respecto del Hijo: Tu trono, Oh Dios, subsiste para siempre”.
Este “pare siempre” no es solo en el futuro, sino en la eternidad.
Porque si es el caso de que no se refiere a la eternidad, entonces los testigos de Jehová tendrían que explicar si Dios es eterno o no, ya que ellos traducen en vez de “Oh Dios”, como “El Dios”, quedando entonces que el Trono del Hijo, El Dios, subsiste para siempre.

Entonces, “El Dios”, que es trono del Hijo, ¿subsiste o no para siempre?
Si la respuesta es sí, se sigue entonces que la cita siguiente de Hebreos al Salmo 102 TAMBIÉN se refiere a la eternidad del hijo, porque aplica el mismo concepto: “pero Tú eres siempre el mismo, y tus años no se acabarán”.
Y por tanto, deberán aceptar que el Hijo es eterno.

Si dicen que “El Dios” no es eterno, entonces niegan lo más básico de la fe.
Y más gracioso aún, tienen que aceptar la primera interpretación y por tanto aceptar que el Hijo es eterno; porque si interpretaran como nosotros el texto y que se traduce “Tu trono, Oh Dios” (refiriéndose con “Oh Dios” al Hijo) entonces tendrían que aceptar que al Hijo se le llama Dios igual que al Padre.

Hebreos 1,10-12 y Hebreos 7,3; dos citas que demuestran que el Hijo es eterno e inmutable.
Y si todavía queda alguna duda, Hebreos 13,8 entonces: “Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre”.

¿No basta todavía? Entonces que hable el profeta Isaías: “Porque un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado, que lleva al hombro el principado y es su nombre: Consejero-Portentoso, Héroe-Divino, Padre-Sempiterno, Príncipe de paz” (Isaías 9,6).

Al Hijo se le llama “Padre Sempiterno”, y no porque sea la misma persona que el Padre, sino porque está en su naturaleza la eternidad.



Por tanto, se demostró que Jesús tiene el atributo de la eternidad y por tanto NO puede quedar excluido del ser “Alfa y Omega”.

Alguien recibe y obra conforme a su naturaleza, y conforme a su naturaleza se le aplican títulos o nombres.
Así, repasemos, entonces, qué es lo que Dios recibe y cómo se le trata:
“Digno eres, Señor y Dios nuestro, de recibir la gloria, el honor y el poder. Porque tú creaste todas las cosas y por tu voluntad existen y fueron creadas” (Apocalipsis 4,11).

Ahora, ¿qué recibe el Cordero degollado, el Hijo?:
“Digno es el Cordero que fue degollado de recibir el poder y la riqueza y la sabiduría y la fortaleza y el honor y la gloria y la bendición” (Apocalipsis 5,12).

Podrá objetarse: “Bueno, pero no es lo mismo el grado en que se da el honor, la gloria y el poder al Hijo que el que se lo dá a Dios. Porque incluso San Pablo dice que hay que dar honor y gloria a todo el que hace lo bueno”.

Lástima que ésta objeción se caiga por lo que a continuación dice Apocalipsis:
“Y todos los seres creados que están en el cielo y sobre la tierra y debajo de la tierra y en el mar, y todo cuando en éstos hay, oí que decían:
Al que está sentado en el trono y al Cordero, la bendición y el honor y la gloria y la fortaleza por los siglos de los siglos.
Y los cuatro seres vivientes decían: Amén; y los ancianos se postraron y adoraron” (Apocalipsis 5,13-14).

Y este “se postraron y adoraron” no hace distinción entre uno y otro. Cuando se va a adorar a Dios se postran y mencionan básicamente las mismas palabras en otro sitio, en Apocalipsis 7,11-12:
“Y todos los ángeles.... se postraron ante el trono y adoraron a Dios, diciendo: Amén, la bendición y la gloria, la sabiduría y la acción de gracias, y el honor y el poder y la fortaleza, a nuestro Dios por los siglos de los siglos”.

El Hijo no recibe en modo inferior a Dios, sino que recibe igual que Él.
Jesús, ¿tiene todo el poder? Sí, lo dice Él mismo: “Se me ha conferido todo poder en el cielo y en la tierra” (Mateo 28,18).
Jesús, ¿tiene toda la sabiduría? Sí, lo dice el Apóstol: “En quien se encuentran, escondidos, todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento” (Colosenses 2,3).
Reúne éstos dos atributos luego el Apóstol al aplicarlos a Jesús: “Cristo es poder de Dios y sabiduría de Dios” (1 Corintios 1,24).

Ahora, ¿de verdad puede recibir el Hijo menos que el Padre, cuando él mismo dice que hay que honrarlo a él IGUAL al Padre?
“A fin de que todos honren al Hijo como honran al Padre” (Juan 5,23).

Así que el Hijo tiene todo el poder, toda la sabiduría y toda la honra, y a su vez es eterno e inmutable. ¿Por qué? Porque es igual a Dios por naturaleza
“Porque Él, existiendo en la forma de Dios, no tomó su igualdad con Dios como cosa a la que aferrarse” (Filipenses 2,6).

Y el Hijo, como es igual al Padre, se sienta a su diestra con su misma gloria:
“Padre, glorifíciamente a tu lado con la gloria que tenía desde antes de la fundación del mundo” (Juan 17,5).

Por lo que recibe el mismo poder, sabiduría, honra, gloria y adoración que el Padre.

Así, pues, son los testigos de Jehová los que tendrían que explicar porqué no se puede aplicar “Alfa y Omega” al Hijo.


Ahora, no solo el Padre está sentado en el Trono, desde donde sale la voz que dice “Yo soy el Alfa y el Omega...”, sino también EL HIJO.

Lo dice explícitamente el Apocalipsis, cuando el Hijo dice:
“Al que venciere, yo le daré que se siente conmigo en mi trono; así como yo he vencido, y me he sentado con mi Padre en su trono (Apocalipsis 3,21).

Una objeción que se podría presentar es: “Pero el Hijo se sienta en el trono del Padre como nosotros nos sentamos en el trono del Hijo, y no por eso somos Dios. Se sigue, por tanto, que el hecho de que el Hijo se siente en el trono del Padre no le hace igual a Él”.
Pero tal objeción es falaz.
Porque Cristo tiene dos naturaleza: Humana y Divina. En su naturaleza divina, es igual al Padre y por ello se dice que está sentado en su trono. En cuanto a su naturaleza humana, la misma fue glorificada (“Por lo cual a su vez Dios lo exaltó, y le concedió el nombre que está sobre todo nombre”), y por eso se dice que tiene “su trono” y que en él nos sentaremos nosotros si vencemos, porque nuestra naturaleza humana también será glorificada.


Cristo se sienta en su trono CON SU PADRE. Y es así que en el último capítulo del libro se habla indistintamente del Trono de Dios y del Cordero:
“Ya no habrá condenación contra nadie, y estará en ella el trono de Dios y del Cordero” (Apocalipsis 22,3).
Es ahí que luego el texto menciona que Dios envió a su ángel, ante el cual San Juan cae para adorar y es reprendido por el ángel diciéndole que adore solo a Dios (curioso que no pasó lo mismo cuando el cielo y la tierra se postraban y adoraban indistintamente a Dios y al Cordero), y viene luego el mensaje del ÁngeL “Mirad: vengo en seguida; y traigo aquí el salario conmigo, para dar a cada uno según sus obras. Yo soy el Alfa y el omega, el Primero y el último, el Principio y el Fin” (Apocalipsis 22,12-13).
Luego, al final, dice: “Yo, Jesús, envié mi ángel para atestiguar éstas cosas ante las iglesias” (Apocalipsis 22,16).

El texto no es ambiguo, como pretenden los testigos de Jehová. Eso solo porque quieren hacer a priori una distinción de naturaleza entre el Padre y el Hijo.
Por lo visto anteriormente, el que está sentado en el Trono es Dios y el Cordero. En otros versículos aparece que el Cordero está en medio del trono. En el resto del Nuevo Testamento se dice que el Hijo se sentó a la diestra del Padre.
La idea es una y la misma: la consubstancialidad del Padre y el Hijo.

Así que el Alfa y el Omega es tanto el Hijo como el Padre, porque el Hijo ES igual al Padre, y de Él recibió la Naturaleza.
Como el Hijo recibió la Naturaleza del Padre, se sigue que Él es Todopoderoso.


Y por eso, se puede ver que al Hijo se le da TODO EL PODER, y por tanto, es TODOPODEROSO, como ya se vio:
“Digno es el Cordero que fue degollado de recibir el poder y la riqueza y la sabiduría y la fortaleza y el honor y la gloria y la bendición” (Apocalipsis 5,12).

“Y todos los seres creados que están en el cielo y sobre la tierra y debajo de la tierra y en el mar, y todo cuando en éstos hay, oí que decían:
Al que está sentado en el trono y al Cordero, la bendición y el honor y la gloria y la fortaleza por los siglos de los siglos.
Y los cuatro seres vivientes decían: Amén; y los ancianos se postraron y adoraron” (Apocalipsis 5,13-14).

“Se me ha conferido todo poder en el cielo y en la tierra (Mateo 28,18).

Todo lo que tiene el Padre lo tiene el Hijo. Si el Padre tiene TODO EL PODER, se sigue que el Hijo TAMBIÉN lo tiene, porque el Hijo OBRA IGUAL QUE EL PADRE. Y si es así, se sigue que es con el mismo poder, pues si así no fuese sería falso que obrara igual que Él.

“Nada puede hacer el Hijo por sí mismo, como ve hacer al Padre; porque lo que hace éste, también lo hace el Hijo de modo semejante. Porque el Padre ama al Hijo y le muestra todo lo que hace" (Juan 5,19-20).

Y como seguramente alguien interpretará por aquello de “nada puede hacer el Hijo por sí mismo” como si no fuera Todopoderoso porque hace como ve hacer al Padre, desde ya no entiende lo que dice el Señor.
Porque el Hijo precisamente es Todopoderoso porque hace lo que ve hacer al Padre, porque del Padre recibió el Hijo su naturaleza al ser engendrado por Él.

Y ya como última objeción de los testigos de Jehová: ¿Por qué nunca se llama a Jesús explícitamente “Todopoderoso”?
Respuesta: Por el simple hecho de que NO es necesario. Porque toman un término arbitrario ignorando todo lo demás. Que el Hijo sea Todopoderoso se puede ver si necesidad de que se le aplique el adjetivo de modo explícito, porque el mismo ya aparece reflejado de otras maneras, como cuando dice que se le dio toda potestad en el cielo y en la tierra, o cuando dice que hace como ve hacer al Padre.

sábado, 4 de enero de 2020

Santo Tomás de Aquino refuta a Arrio y a sus hijos testigos de Jehová


En base a lo que escribe Santo Tomás de Aquino en los capítulos 6, 7 y 8 del libro IV de la Suma contra los Gentiles.


Argumentos que demuestran que el Hijo es Dios:


1. Pues cuando la Divina Escritura llama Hijo de Dios a Cristo e hijos de Dios a los ángeles, es por distinta razón. Por lo cual dice el Apóstol: “Pues ¿a cuál de los ángeles dijo alguna vez: Tú eres mi hijo, yo te he engendrado hoy?” Cosa que afirma fue dicha a Cristo. Ahora bien, según la opinión aludida, por la misma razón se llamarían hijos los ángeles y Cristo, ya que a ambos competiría el título de filiación conforme a la sublimidad de naturaleza en que fueron creados por Dios.

Y no hay inconveniente en que Cristo sea de una naturaleza superior a la de todos los ángeles, porque entre los ángeles también hay diversos órdenes, como consta por lo dicho (l. 3, c. 80); y, sin embargo, a todos compete la misma razón de filiación. Luego Cristo no se llama Hijo de Dios con arreglo a lo que afirma dicha opinión.

2. Asimismo, como por razón de creación convenga el título de la filiación divina a muchos, o sea, a todos los ángeles y santos, si Cristo se llama también Hijo por la misma razón, no sería “Unigénito”, aunque por la excelencia de su naturaleza podría llamarse “Primogénito” entre los demás. Pero la Escritura afirma que Él es Unigénito: “Y le vimos como Unigénito del Padre”. Luego no se llama Hijo de Dios por razón de la creación.

3. Además, el título de filiación responde propia y verdaderamente a la generación de los vivientes, en los cuales el engendrado procede de la substancia del generante. Por otra parte, cuando llamamos hijos a los discípulos o a quienes están a nuestro cuidado, el título de filiación no responde a la realidad, sino más bien a cierta razón de semejanza. Luego si Cristo se llamase Hijo únicamente por razón de creación, como lo que es creado por Dios no procede de su divina substancia, Cristo no podría llamarse en verdad Hijo de Dios. Ahora bien, Cristo es llamado verdadero Hijo: “Para que estemos -dice San Juan- en su verdadero Hijo, Jesucristo”. Luego no es llamado Hijo de Dios como creado por Dios en la más excelente naturaleza, sino como engendrado de la substancia de Dios.

Además, si Cristo se llamase Hijo por razón de creación, no sería verdadero Dios, ya que nada creado puede llamarse Dios si no es por cierta semejanza con Él. Pero el mismo Jesucristo es verdadero Dios, porque cuando Juan dijo: “Para que estemos en su verdadero Hijo”, añadió: “Él es el verdadero Dios y la vida eterna”. Luego Cristo no se llama Hijo de Dios por razón de creación.

4. Además, dice el Apóstol: “De quienes procede Cristo según la carne, el cual está por encima de todas las cosas, Dios bendito por los siglos, amén”; y también: “Con la bienaventurada esperanza en la venida gloriosa del gran Dios y de nuestro Salvador, Cristo Jesús”. Y además se dice: “Yo suscitaré a David un Vástago de justicia”; y luego se añade: “Y el nombre con que le llamarán será éste: Yavé, nuestra justicia”; poniendo en hebreo la palabra “tetragrámaton”, la cual es indudable que se dice sólo de Dios. Por lo cual se ve que el Hijo de Dios es verdadero Dios.

5. Además, si Cristo es verdadero Hijo, síguese necesariamente que es verdadero Dios. Porque no puede llamarse en verdad Hijo lo que procede de otro, aunque nazca de la substancia del generante, si no es semejante específicamente al generante; pues es preciso que el hijo del hombre sea hombre. Luego si Cristo es verdadero Hijo de Dios, es necesario que sea verdadero Dios. Por lo tanto, no es algo creado.

6. Asimismo, ninguna criatura recibe toda da plenitud de la bondad divina; porque, como consta por lo dicho (c. 1), las perfecciones divinas van de Dios a las criaturas, como descendiendo. Mas Cristo tiene en sí toda la plenitud de la divina bondad, porque dice el Apóstol: “En Cristo habita toda la plenitud de la divinidad”. Luego Cristo no es criatura.

7. Aún más. Por más que el entendimiento del ángel tenga un conocimiento más perfecto que el entendimiento del hombre, sin embargo es muy inferior al entendimiento divino. En cambio, el entendimiento de Cristo no es al conocer inferior al entendimiento divino. Pues se dice que “en Cristo se hallan escondidos todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia”. Luego Cristo, Hijo de Dios, no es una criatura.

8. Además, todo cuanto Dios posee en Sí mismo es su esencia, como se explicó en el libro 1 (c. 21 s.). Ahora bien, todo cuanto tiene el Padre es del Hijo, puesto que el mismo Hijo dice: “Todo cuanto tiene el Padre es mío”; y, hablando con el Padre, dice: “Todo lo mío es tuyo, y todo lo tuyo, mío”. Luego son idénticas la esencia y naturaleza del Padre y la del Hijo. Por lo tanto, el Hijo no es una criatura.

9. Además, el Apóstol dice que antes de que se anonadase a sí mismo tomando la forma de siervo, existía “en la forma de Dios”. Mas por forma de Dios no se entiende otra cosa que la naturaleza divina, así como por forma de siervo no se entiende más que la naturaleza humana. Luego es Hijo en la naturaleza divina. No es, pues, criatura.

10. Asimismo, nada creado puede ser igual a Dios; mas el Hijo es igual al Padre. Pues se dice: “Los judíos buscaban con más ahínco matarle, porque no sólo quebrantaba el sábado, sino que llamaba a Dios su Padre, haciéndose igual a Dios”. Pues bien, la narración del evangelista, “cuyo testimonio es verdadero”, es que Cristo se llamaba Hijo de Dios e igual al Padre, por lo cual los judíos le perseguían. Ningún cristiano duda de que lo que Cristo dijo de sí es verdadero, al decir el Apóstol: “No tuvo por usurpación el ser igual al Padre”. Luego el Hijo es igual al Padre. Por lo tanto, no es una criatura.

11. Además, se lee en el Salmo que nadie, ni aun entre los ángeles, que son llamados hijos de Dios, tiene ninguna semejanza con Dios. Dice: “¿Quién semejante a Yahvé entre los hijos de los dioses?” Y en otra parte: “¡Oh Dios!, ¿quién será semejante a ti?” Lo cual hay que entenderlo de una semejanza perfecta, según se ve por lo dicho en el libro 1 (c. 29). Pero Cristo demostró su perfecta semejanza con el Padre incluso en el vivir; pues se dice: “Así como el Padre tiene la vida en sí mismo, así dio también al Hijo tener vida en sí mismo”. Luego Cristo no se ha de incluir entre los hijos creados de Dios.

12. Aún más: ninguna substancia creada representa a Dios en cuanto a substancia; ya que todo cuanto se ve de la perfección de cualquier criatura es menos que lo que es Dios. Luego por ninguna se puede conocer o saber la esencia de Dios. Mas el Hijo representa al Padre, puesto que de Él dice el Apóstol que “es la imagen de Dios invisible”. Y para que no se crea que es una imagen deficiente, que no representa la esencia de Dios, y por la que no se pueda conocer “qué es” Dios, igual como el hombre se dice “imagen de Dios”, se hace ver que es una imagen perfecta, que representa la misma substancia de Dios, cuando dice el Apóstol que “es el esplendor de su gloria y la imagen de su substancia”. Luego el Hijo no es una criatura.

13. Además, lo que pertenece a un género no puede ser causa universal de cuanto está comprendido en él; por ejemplo, el hombre no puede ser causa universal de los hombres, porque nada es causa de sí mismo. El sol, sin embargo, como no pertenece al género humano, es causa universal de la generación humana; como lo es Dios, en último término. Pero el Hijo es causa universal de las criaturas, porque se dice: “Todas las cosas fueron hechas por Él”; igualmente dice la Sabiduría engendrada: “Estaba yo con Él como arquitecto”. Y el Apóstol dice: “En Él fueron creadas todas las cosas del cielo y de la tierra”. Luego El no pertenece al género de las criaturas.

14. Igualmente, es evidente, por lo demostrado en el libro 2 (c. 98), que las substancias incorpóreas, que llamamos ángeles, no pueden ser hechas más que por creación. También se demostró (c. 21) que ninguna substancia puede crear, sino solamente Dios. Ahora bien, el Hijo de Dios, Jesucristo, es causa de los ángeles al darles el ser, porque dice el Apóstol: “Los tronos, las dominaciones, los principados, las potestades, todo fue creado por Él y para Él”. Luego el Hijo no es una criatura.

15. Además, como la acción de cualquier cosa sigue a la naturaleza de la misma, a quien no le pertenezca tal naturaleza tampoco le pertenecerá su propia acción; por ejemplo, quien no pertenece a la especie humana carece de acción humana. Mas las acciones propias de Dios convienen al Hijo, como el crear (conforme ya se demostró), el mantener y conservar todas las cosas en el ser; también el borrar los pecados, lo cual es propio de Dios, como consta por lo dicho (l. 3, cc. 65, 157). Puesto que se dice del Hijo: “Todo subsiste en Él”; y también se dice que con su poderosa palabra sustenta todas las cosas, después de hacer la purificación de los pecados”. Luego el Hijo de Dios es de naturaleza divina y no una criatura.

Mas como Arrio podría decir que el Hijo hace todo esto no como agente principal, sino como instrumento del agente principal, que no obra en virtud propia, sino sólo en virtud del agente principal, el Señor rechaza esta dificultad diciendo: “Lo que hace el Padre lo hace igualmente el Hijo”. Luego, así como el Padre obra por sí mismo y en virtud propia, así también el Hijo.

De este texto se deduce, además, que son idénticos la fuerza y poder del Hijo y del Padre. Ya que no sólo dice que el Hijo obra igualmente que el Padre, sino que “lo mismo e igualmente”. Ahora bien, dos agentes no pueden hacer una misma cosa del mismo modo; porque o la hacen de modo desigual, como cuando el agente principal y el instrumento hacen la misma cosa, o, de hacerla de un modo igual, es preciso que convengan en un solo poder. Y este poder unas veces es el resultado de diversas fuerzas en diversos agentes, como se ve en muchos que arrastran una nave; porque todos la arrastran igualmente; mas, como el poder de cada uno es imperfecto e insuficiente para el efecto, con la reunión de todos se hace un poder común que basta para arrastrar la nave. Pero esto no puede decirse del Padre y del Hijo. Pues el poder del Padre no es imperfecto, sino infinito, como se demostró en el libro 1 (c. 43). Luego es preciso que sea el mismo numéricamente el poder del Padre y el del Hijo. Y como el poder sigue a la naturaleza de la cosa, es preciso que sea una misma numéricamente la naturaleza y la esencia del Padre y la del Hijo. Esto también se puede deducir por lo anterior, puesto que, si en el Hijo hay naturaleza divina, como se demostró de muchas maneras, al no poderse, multiplicar la naturaleza divina, según se demostró en el libro I (c. 42), síguese necesariamente que en el Padre y en el Hijo sean una misma en número la naturaleza y la esencia.

16. Además, nuestra última felicidad está sólo en Dios, en quien únicamente hay que poner la esperanza del hombre y a quien solamente hay que prestar culto de latría, como se demostró en el libro 3 (cc. 37, 52, 120). Ahora bien, nuestra felicidad está en el Hijo de Dios, ya que se dice: “Esta es la vida eterna, que te conozcan a ti esto es, al Padre y a tu enviado, Jesucristo”. Y también se dice del Hijo de Dios que es “verdadero Dios y vida eterna”. Y es cierto que en la Sagrada Escritura el nombre de “vida eterna” significa la última felicidad. También dice Isaías sobre el Hijo, según lo cita el Apóstol, que “aparecerá la raíz de Jesé, y el que se levanta para mandar a las naciones; en Él esperarán las naciones”. Se dice, además, en el Salmo: “Postraránse ante El todos los reyes y le servirán todos los pueblos”. Y se dice también que “todos honren al Hijo como honran al Padre”; y, además, en el Salterio: “Se postren ante El todos los ángeles”. Y todo esto refiérelo el Apóstol al Hijo. Luego es claro que el Hijo de Dios es verdadero Dios.

Para demostrar esto sirven también las razones que hemos aducido antes contra Fotino (c. 4), al demostrar que Cristo no fue hecho Dios, sino que lo es en realidad.




Objeciones arrianas y respuesta:



1. Porque dice el Hijo, hablando a su Padre: “Esta es la vida eterna, que te conozcan a ti, único Dios verdadero”. Luego solamente el Padre es verdadero Dios. Por tanto, como el Hijo no es el Padre, el Hijo no puede ser verdadero Dios.

Respondo: Luego, cuando el Señor, hablando con el Padre, dice: “Para que te conozcan a ti, sólo Dios verdadero”, no hay que entenderlo de modo que sólo el Padre fuese verdadero Dios y el Hijo no lo fuera, como se prueba claramente con el testimonio de la Escritura; sino que aquella deidad que es única y verdadera conviene al Padre, pero sin excluir de ella al Hijo. Por eso no dijo expresamente el Señor: “Para que conozcan al solo Dios verdadero”, como si sólo Él fuese Dios, sino esto: “Para que te conozcan a ti”; y añadió: “Sólo Dios verdadero”, para demostrar que el Padre, del cual Él se proclama Hijo, es Dios, en quien se encuentra aquella deidad que es única y verdadera. Y como es preciso que un hijo verdadero sea de la misma naturaleza que el padre, síguese que más convendrá al Hijo tener dicha divinidad única y verdadera que ser excluido de ella. Por lo cual, también Juan, al final de su primera canónica, como glosando estas palabras del Señor, atribuye al verdadero Hijo las dos cosas que aquí dice el Señor del Padre, esto es, que es verdadero Dios y que en Él está la vida eterna, diciendo: “Para que conozcamos al que es verdadero Dios y estemos en su verdadero Hijo. Este es el verdadero Dios y la vida eterna”. Mas si el Hijo hubiese declarado que únicamente el Padre es verdadero Dios, no por eso hay que excluir al Hijo de la verdadera divinidad, porque como el Padre y el Hilo son un solo Dios, según se demostró (c. prec.), todo cuanto se dice del Padre en razón de su divinidad es igual que si se dijese del Hijo, y viceversa. Pues, aunque dijese el Señor: “Nadie conoce al Hijo sino el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo”, no se ha de entender que el Padre o el Hijo no se conocen a sí mismos.

2. Además, dice el Apóstol: “Que te conserves sin tacha, sin culpa en el mandato hasta la manifestación de nuestro Señor Jesucristo, a quien hará aparecer a su tiempo al bienaventurado y solo Monarca, Rey de reyes y Señor de los señores, el único inmortal que habita una luz inaccesible”. En cuyas palabras se ve la distinción entre Dios Padre, que da a conocer, y el Hijo conocido. Por lo tanto, solamente Dios Padre, que da a conocer, es el poderoso Rey de los reyes y el Señor de los que dominan; sólo Él tiene inmortalidad y habita en luz inaccesible. Luego sólo el Padre es verdadero Dios y no el Hijo.

Respondo: Y por esto (la respuesta a la anterior objeción) es evidente también que la verdadera divinidad del Hijo no queda excluida en estas palabras de Apóstol: “A quien hará aparecer a su tiempo el bienaventurado y solo Monarca, Rey de reyes y Señor de los señores”. Porque en estas palabras no se nombra al Padre, sino a lo que es común al Padre y al Hijo. Pues en el Apocalipsis se expresa claramente que el Hijo es Rey de reyes y Señor de los que dominan, cuando se dice: “Vestía un manto empapado de sangre y tenía por nombre Verbo de Dios”; y se añade después: “Y tiene sobre su manto y sobre su muslo escrito su nombre: Rey de reyes y Señor de los que dominan”. Y por lo que sigue: “El único inmortal”, no se excluye al Hijo, porque también concede la inmortalidad a los que creen en Él; por eso se dice: “Todo el que cree en mí no morirá para siempre”. Y lo que sigue: “A quien ningún hombre vio ni puede ver”, ciertamente conviene al Hijo, porque ha dicho el Señor: “Nadie conoce al Hijo sino el Padre”. Y esto no impide que apareciese visiblemente, porque se apareció según la carne. Sin embargo, según la deidad, es invisible como el Padre. Por donde dice el Apóstol en la misma epístola: “Sin duda que es grande el misterio de la piedad que se ha manifestado en la carne”. Ni ello obliga a que entendamos estas cosas como dichas sólo del Padre, porque se dicen como si conviniese que uno fuera el que manifiesta y otro el manifestado. Puesto que el Hijo también se manifestó de por sí, pues dice Él: “Quien me ama será amado de mi Padre, y yo le amaré y me manifestaré a él”. Por eso también le decimos: “Muéstranos tu rostro y seremos salvos”.

3. Además, dice el Señor: “El Padre es mayor que yo”; y el Apóstol dice también que el Hijo está sometido al Padre: “Cuando le fueren sometidas todas las cosas, entonces el mismo Hijo se someterá a quien -esto es, al Padre- todo se lo sometió”. Ahora bien, si el Padre y el Hijo tuviesen una misma naturaleza, también tendrían una misma grandeza y majestad, porque el Hijo no sería menor que el Padre ni le estaría sometido. Luego, según la Escritura, el Hijo no es -según ellos creían- de la misma naturaleza que el Padre.

Respondo: Y cómo haya que entender estas palabras del Señor: “El Padre es mayor que yo”, nos lo enseña el Apóstol. Como el “más” y el “menos” están relacionados, hay que entenderlo como dicho del Hijo en cuanto que se empequeñeció. El Apóstol demuestra que Él se empequeñeció al tomar forma de siervo, permaneciendo, sin embargo, igual al Padre según la forma divina, pues dice: “Quien existiendo en la forma de Dios no reputó como una usurpación el mantenerse igual al Padre, antes se anonadó tornando la forma de siervo”. Ni es de admirar si por esto el Padre se dice mayor que Él, al llamarle también el Apóstol menor que los ángeles: “Pero sí vemos –dice- al que Dios hizo poco menor que los ángeles, a Jesús, coronado de gloria y honor por haber padecido la muerte”. -Y esto demuestra también que por esta misma razón se dice que el Hijo está “sometido al Padre”, esto es, en cuanto a la naturaleza humana, como puede verse por el contexto; pues el Apóstol había dicho antes: “Por un hombre vino la muerte… y por un hombre vino la resurrección de los muertos”. Y después añadía: “Cada uno resucitará a su tiempo: primero Cristo, luego los de Cristo”; y luego: “Después será el fin, cuando entregue a Dios Padre el reino”. Y, demostrado en qué consiste tal reino, a saber, en el dominio universal, añade con razón: “Cuando le queden sometidas todas las cosas, entonces el mismo Hijo se sujetará a quien a El todo se lo sometió”. Luego el mismo contexto de la cita demuestra que esto debe entenderse de Cristo en cuanto hombre, porque, siéndolo, murió y resucitó. Porque, según la divinidad, “al hacer todo lo que hace el Padre”, como se demostró (c. 7), también Él sometió a sí todas las cosas. Por esto dice el Apóstol: “Esperamos al Salvador y Señor Jesucristo, que reformará el cuerpo de nuestra vileza, conforme a su cuerpo glorioso, en virtud del poder que tiene para someter a sí todas las cosas”.

4. Aún más: la naturaleza del Padre no sufre indigencia. Pero en el Hijo hay indigencia. Porque se ve por las Escrituras que el Hijo recibe del Padre, y el recibir es de indigentes. Así se dice: “Todo me ha sido entregado por mi Padre”; y también: “El Padre ama al Hijo y ha puesto en su mano todas las cosas”. Luego parece que el Hijo no es de la misma naturaleza que el Padre.

Respondo: Y porque en las Escrituras se diga que el Padre da al Hijo, siguiéndose que Él “recibe”, no se puede declarar que hay en El alguna indigencia, antes bien, exígelo la razón de Hijo, porque no podía llamarse Hijo si no fuera engendrado por el Padre; ahora bien, todo engendrado recibe la naturaleza del generante. Luego, al decir que el Padre da al Hijo, no hay que entender más que la generación del Hijo, según la cual el Padre dio al Hijo su naturaleza. -Y puede entenderse así, considerando lo que se da. Porque dice el Señor: “Lo que mi Padre me dio es mayor que todo”. Pero lo que es mayor que todo es la divina naturaleza, en la cual el Hijo es igual al Padre, como lo demuestran las mismas palabras del Señor. Pues antes dijo: “Sus ovejas nadie podrá arrebatarlas de su mano”. Y para probarlo aduce las palabras citadas, esto es: “Lo que el Padre le dio es mayor que todo”, porque “nadie podrá arrebatarlo -como dice a continuación- de la mano de mi Padre”. Siguiéndose de esto que tampoco de la mano del Hijo. Mas no se seguiría, si no fuese igual al Padre, por lo que recibió de Él. De donde para explicarlo más claramente añadió: “Yo y el Padre somos uno”. E igualmente dice el Apóstol: “Y le dio un nombre sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús doble la rodilla cuanto hay en los cielos, en la tierra y en los abismos”. El nombre más sublime de todo, que venera toda criatura, no es otro que el nombre de la divinidad. Luego por esta donación se entiende la misma generación por la que el Padre dio al Hijo verdadera divinidad. Esto mismo se demuestra también al decir que “todas las cosas le fueron entregadas por el Padre”. Y no le serían entregadas todas las cosas si toda la plenitud de la divinidad que está en el Padre no estuviese en el Hijo.


5. Además, ser instruido y ayudado es de indigentes. Mas el Hijo es instruido y ayudado por el Padre. Porque se dice: “No puede el Hijo hacer nada por sí mismo, sino lo que ve hacer al Padre”. Y después: “El Padre ama al Hijo y le muestra todo lo que Él hace”; y dice el Hijo a sus discípulos: “Todo lo que oí de mi Padre os lo he dado a conocer”. Luego no parece que sean de la misma naturaleza el Hijo y el Padre.

Respondo: Ni se opone a lo dicho el que se lea en las Escrituras que el Padre diese poder en el transcurso del tiempo a su Hijo, según el dicho del Señor a sus discípulos después de la resurrección: “Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra”; y el Apóstol dice: “Por lo cual Dios le exaltó y le otorgó un nombre sobre todo nombre, porque fue obediente hasta la muerte”, como si no hubiera tenido este nombre desde la eternidad. Porque es un modo acostumbrado en la Escritura decir que algunas cosas existen o han sido hechas cuando se conocen. Ahora bien, que el Hijo recibiese desde la eternidad un poder universal y un nombre divino, se dio a conocer al mundo después de la resurrección, por la predicación de los apóstoles. Demuéstranlo también las palabras del Señor, pues dice: “Padre, glorifícame cerca de ti mismo con la gloria que tuve cerca de ti antes que el mundo existiese”. Por lo tanto, pide que la gloria que como Dios recibió del Padre desde la eternidad se manifieste en El hecho ya hombre.

Y por esto se ve cómo el Hijo no siendo ignorante, es enseñado. Porque se demostró en el libro 1 (c. 25) que en Dios es lo mismo el entender y el ser. Por eso la comunicación de la naturaleza divina es también una comunicación de la inteligencia. Ahora bien, la comunicación de la inteligencia puede llamarse “demostración”, o “locución”, o “enseñanza”. Luego, por el hecho de que el Hijo recibiese del Padre en su nacimiento la naturaleza divina, se dice que el Hijo aprendió del Padre o que el Padre “le mostró”, y otras cosas parecidas que se leen en las Escrituras; y no quieren decir que el Hijo fuese antes ignorante o nesciente y que el Padre le enseñó después. Porque el Apóstol declara que Cristo es llamado “poder y sabiduría de Dios”, y no es posible que la sabiduría sea ignorante ni que el poder se debilite.

Así también la frase “no puede el Hijo hacer nada por sí mismo”, no demuestra que haya en Él debilidad alguna para obrar, sino que como para Dios el obrar no es otra cosa que el ser, y su acción no es otra cosa que su esencia, como ya se probó (l. 1, c. 45), así se dice que el Hijo no puede obrar por sí solo, sino que obra por el Padre; como no puede existir por sí solo, sino sólo por el Padre; pues, si existe por sí solo, ya no sería Hijo. Luego, no pudiendo dejar de ser Hijo, tampoco podrá obrar por sí solo. Pero, como el Hijo recibe la misma naturaleza que el Padre y, en consecuencia, el mismo poder, aunque no exista por sí solo ni por sí solo obre, sin embargo existe “de por sí” y “de por sí” obra; porque así como existe por su propia naturaleza, que recibió del Padre, también obra por la propia naturaleza recibida del Padre. Por eso, después que el Señor dijo: “No puede el Hijo hacer nada por sí mismo”, con el fin de manifestar que, aunque el Hijo no obra por sí solo, sin embargo obra de por sí, añadió: “Lo que éste -a saber, el Padre- hace, lo hace igualmente el Hijo”.

6. Es más: recibir un mandato, obedecer, orar y ser enviado parece propio de un inferior. Ahora bien, todo esto se lee del Hijo. Así dice el Hijo: “Según el mandato que me dio el Padre así hago”. Y también: “Hecho obediente al Padre hasta la muerte”. E igualmente: “Yo rogaré al Padre y os daré otro abogado”. Y el Apóstol dice también: “Mas al llegar la plenitud de los tiempos envió Dios a su Hijo”. Luego el Hijo es menor que el Padre y está sometido a Él.


Respondo: Por lo dicho también se ve cómo “el Padre manda al Hijo”, y “el Hijo obedece al Padre”, o “ruega al Padre”, o “es enviado por el Padre”, ya que todo esto conviene al Hijo en cuanto está sujeto al Padre; lo cual no tiene lugar sino según la humanidad asumida, como se demostró. Por lo tanto, el Padre manda al Hijo en tanto le está sujeto según la naturaleza humana. Y esto manifiesta también las palabras del Señor. Puesto que cuando el Señor dice “Conviene que el mundo conozca que yo amo al Padre, y que, según el mandato que me dio el Padre, así hago”, se demuestra cuál es este mandato por lo que sigue: “Levantaos, vámonos de aquí”; pues dijo esto acercándose a la Pasión; ahora bien, el mandato de padecer es evidente que no compete al Hijo sino en cuanto a su naturaleza humana. Igualmente, cuando dice: “Si guardareis mis preceptos, permaneceréis en mi amor, como yo guardé los preceptos de mi Padre y permanezco en su amor”, es evidente que estos preceptos pertenecen al Hijo en cuanto es amado por el Padre, como hombre, así como Él amaba a los discípulos como hombres. Y que los mandatos del Padre al Hijo hay que tomarlos según la naturaleza humana asumida por el Hijo, lo demuestra el Apóstol, diciendo que el Hijo fue obediente al Padre en lo que pertenece a la naturaleza humana; pues dice: “Fue hecho obediente hasta la muerte”. También demuestra el Apóstol que el rogar conviene al Hijo según la naturaleza humana. Porque dice que, “habiendo ofrecido en los días de su vida mortal oraciones y súplicas con poderosos clamores y lágrimas al que era poderoso para salvarle, fue escuchado por su reverencial temor”. Y también que, en cierto modo, se dice que fue enviado por el Padre, lo demuestra el Apóstol cuando dice: “Envió Dios a su Hijo, nacido de mujer”. Por lo tanto, es llamado enviado porque fue hecho de mujer; cosa que ciertamente le conviene por haber asumido la carne. Luego está claro que con todo esto sólo se puede demostrar que el Hijo está sometido al Padre según la naturaleza humana. Pero hay que advertir que también se dice que el Hijo es enviado por el Padre invisiblemente en cuanto Dios, sin perjuicio de la igualdad que tiene con el Padre, como después se demostrará (c. 23), al tratar de la misión del Espíritu Santo.

7. Igualmente, el Hijo es glorificado por el Padre, como El mismo dice: “Padre, glorifica tu nombre”; y sigue: “Llegó entonces una voz del cielo: Le glorifiqué y de nuevo le glorificaré”; y también dice el Apóstol que “Dios resucitó a Cristo Jesús de entre los muertos”. Además, dice Pedro que fue “exaltado a la diestra de Dios”. Por lo cual parece que el Hijo sea inferior al Padre.

Respondo: Del mismo modo es evidente también que, porque el Hijo sea “glorificado por el Padre” o es “resucitado” o “levantado”, no se puede demostrar que el Hijo sea menor que el Padre sino según la naturaleza humana. Pues el Hijo no necesita de glorificación, como si la recibiese de nuevo, habiendo declarado El que la tuvo “antes que el mundo existiese”; sin embargo, convenía que su gloria, que estaba latente bajo la flaqueza de la carne, se manifestase por la glorificación de la carne y por la realización de los milagros, para seguridad de los pueblos creyentes. Y a propósito de esta ocultación se dice: “En verdad oculto está, su rostro. Por eso no le estimamos”. Igualmente, Cristo fue resucitado en cuanto que padeció y murió, esto es, según la carne. Porque se dice: “Puesto que Cristo padeció en la carne, armaos también del mismo pensamiento”. También fue conveniente que fuera exaltado en cuanto que fue humillado. Pues también dice el Apóstol: “Se humilló, hecho obediente hasta la muerte, por lo cual Dios le exaltó”.

Así, pues, porque el Padre glorifique al Hijo, le resucite y le exalte, el Hijo no aparece menor que el Padre sino en cuanto a la naturaleza humana. Porque, según la naturaleza divina, en la cual es igual al Padre, la misma operación tienen el Padre y el Hijo. Por eso, el mismo Hijo se eleva con su propio poder, según aquello del Salmo: “Ensálzate, Yavé, en tu fortaleza”. El mismo se resucita, porque dice de sí mismo: “Tengo poder para dar mi alma y poder para volver a tomarla”. Y no sólo se glorifica a sí mismo, sino también al Padre, porque dice: “Padre, glorifica a tu Hijo, para que el Hijo te glorifique”. No porque el Padre esté oculto por el velo de la carne asumida, sino por la invisibilidad de su naturaleza. De este modo también el Hijo está oculto, según la naturaleza divina; porque es común al Padre y al Hijo lo que se dice: “En verdad tú eres un Dios escondido, Santo de Israel, Salvador”. Pues bien, el Hijo glorifica al Padre, no dándole gloria, sino manifestándole al mundo, pues en el mismo lugar dice: “He manifestado tu nombre a los hombres”.

8. Además, en la naturaleza del Padre no puede haber defecto alguno. Mas en el Hijo halla falta de poder, pues se dice: “Sentarse a mi diestra o a mi siniestra no me toca a mí otorgarlo; es para aquellos para quienes está dispuesto por mi Padre”; y también falta de ciencia, porque El mismo dice: “Cuanto a ese día o a esa hora, nadie la conoce, ni los ángeles del cielo ni el Hijo, sino sólo el Padre”. También se encuentra en Él falta de una afección tranquila, al decir la Escritura que en Él tuvo lugar la tristeza, la ira y otras pasiones semejantes. Luego parece que el Hijo no es de le misma naturaleza que el Padre.

Respondo: Y no hay que pensar que en Dios Hijo haya alguna falta de poder, porque dice Él: “Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra”. Por eso, lo que Él dice: “Sentarse a mi diestra o a mi siniestra no me toca a mí otorgarlo; es para aquellos para quienes está dispuesto por mi Padre”, no prueba que el Hijo no tenga poder sobre los tronos celestes que se han de distribuir, puesto que por dicha sesión se entiende una participación de la vida eterna, cuya entrega demuestra que le pertenece al decir: “Mis ovejas oyen mi voz, yo las conozco y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna”. También se dice que “el Padre ha entregado al Hijo todo poder de juzgar”. Ahora bien, pertenece al juicio el que algunos sean colocados por sus méritos en la gloria eterna; de donde también se dice: “Pondrá las ovejas a su diestra y los cabritos a su izquierda”. Luego pertenece al poder del Hijo el colocar a uno a la derecha o a la izquierda, bien se refieran ambas cosas a la diferente participación de la gloria o bien una a la gloria y otra al castigo. Conviene, por tanto, tomar el sentido del texto de las palabras que le anteceden. Y antes se dice que la madre de los hijos del Zebedeo se acercó a Jesús pidiéndole que uno de sus hijos se sentara a su derecha y el otro a su izquierda; y para pedir esto parecía movida por cierta confianza en el parentesco carnal que tenía con Cristo hombre. El Señor, en este caso, no dijo en su respuesta que no pertenecía a su poder dar lo que pedían, sino que no le pertenecía a Él darlo a aquellos para quienes se pedía. Por eso no dijo: “Sentarse a mi diestra o a mi siniestra no me toca a mí”, sino que más bien demostró que le tocaba darlo a “aquellos para quienes está dispuesto por mi Padre”. Ya que no le pertenecía el dar esto en cuanto hijo de la Virgen, sino en cuanto Hilo de Dios. Y, por lo tanto, no le pertenecía darlo a quienes eran sus allegados en cuanto que era hijo de la Virgen, esto es, según el parentesco carnal; sino a quienes le pertenecían en cuanto que era hijo de Dios, para quienes estaba preparado por el Padre en la predestinación eterna. Y que esta preparación pertenece también al poder del Hijo, lo declara el mismo Señor al decir: “En la casa de mi Padre hay muchas moradas; si no fuera así, os lo diría, porque voy a prepararos el lugar”. Ahora bien, las múltiples moradas son los diversos grados de bienaventuranza a participar, las cuales han sido desde la eternidad preparadas por Dios en la predestinación. Por eso, cuando el Señor dice: “Si no fuera así”, esto es, si faltasen para los hombres que han de ser introducidos en la bienaventuranza moradas preparadas; y añade: “Os lo diría, porque voy a preparar el lugar”, demuestra que tal preparación pertenece a su poder.

Tampoco se puede pensar que el Hijo ignorase la hora de su venida, “estando escondidos en El todos los tesoros de sabiduría y de ciencia”, como dice el Apóstol, y conociendo perfectamente lo más grande, es decir, al Padre. Mas el sentido es éste: porque el Hijo, constituido hombre entre los hombres, se porté como ignorante mientras no se lo reveló a los discípulos. Porque es un modo de hablar acostumbrado en las Escrituras el que se diga que Dios conoce una cosa cuando la da a conocer. Por ejemplo: “Ahora he conocido que en verdad temes a Dios”, esto es, “ahora hice conocer”. E igualmente se dice, a la inversa, que el Hijo ignora lo que no nos hace conocer.

La tristeza y el temor y otras cosas semejantes, es evidente que pertenecen a Cristo en cuanto hombre. Pero esto no puede aminorar en modo alguno la divinidad del Hijo.

9. Otra prueba: expresamente se halla en la Escritura que el Hijo de Dios es criatura. Así dice: “El creador de todas las cosas me ordenó, mi Hacedor fijó el lugar de mi habitación”; y también: “Desde el principio y antes de los siglos me creó”. Luego el Hijo es criatura.

Respondo: Y al decir que la sabiduría “e creada”, se puede entender, en primer lugar, no de la sabiduría que es el Hijo de Dios, sino de la sabiduría que Dios insertó en las criaturas. Porque se dice: “Es el Señor quien la creó -es decir, a la sabiduría- y la derramó sobre todas sus obras”. -También se puede referir a la naturaleza creada asumida por el Hijo, de modo que el sentido sea “desde el principio y antes de los siglos me creó”; esto es, “se previó que me uniría a Gas criaturas”. -O, por eso de que la sabiduría es llamada “creada” y engendrada, se nos insinúa el modo de la generación divina, ya que en la generación lo que se engendra recibe la naturaleza del engendrante, lo cual es una perfección; sin embargo, en la generación que se da en nosotros, el engendrante se cambia, lo cual es una imperfección. Ahora bien, en la creación el creador no se inmuta, pero lo creado tampoco recibe la naturaleza del creador. Por eso, el Hijo es llamado a la vez “creado” y “engendrado”, para que por creación se entienda la inmutabilidad del Padre y por generación la unidad de naturaleza entre el Padre y el Hijo. Y así expuso un sínodo este sentido de la Escritura, como consta por San Hilario.

10. Además, el Hijo se cuenta entre las criaturas. Porque se dice en persona de la Sabiduría: “Yo salí de la boca del Altísimo como primogénita antes que toda criatura”. Y el Apóstol dice del Hijo que es “primogénito de toda criatura”. Luego parece que el Hijo entra en el orden de las criaturas, como ocupando el primer lugar entre las mismas.

Respondo: Y si el Hijo es llamado “primogénito de toda criatura”, no es porque el Hijo está en el orden de las criaturas, sino porque el Hijo procede del Padre y recibe del Padre, de quien proceden y reciben las criaturas. Pero el Hijo recibe del Padre la misma naturaleza; las criaturas no. Por lo cual el Hijo no sólo es llamado “primogénito”, sino también “unigénito”, debido al modo peculiar de recibir.

11. Además, dice el Hijo, orando al Padre por los discípulos: “Yo les he dado la gloria que tú me diste, a fin de que sean uno, como nosotros somos uno”. Así, pues, el Padre y el Hijo son uno, como quería que fuesen sus discípulos. Ahora bien, no quería que los discípulos fuesen uno por esencia. Luego tampoco son uno por esencia el Padre y el Hijo. Síguese, pues, que es una criatura sometida al Padre.

Respondo: Por eso, lo que el Señor dice al Padre respecto de sus discípulos: “A fin de que sean uno, como nosotros somos uno”, demuestra por cierto que el Padre y el Hijo son uno, de igual modo que conviene que los discípulos sean uno, a saber, por el amor; mas este modo de unión no excluye la unidad de esencia; al contrario, la corrobora. Porque se dice: “El Padre ama a su Hijo y ha puesto en su mano todas las cosas”; por lo que se demuestra que en el Hijo está la plenitud de la divinidad, como se dijo (v. sup.).