miércoles, 29 de julio de 2020

Juan Ignacio Gorriti, la soberanía popular y la independencia

Introducción: 

Algo que todos los implicados en el proceso de las independencias hispanoamericanas han repetido hasta el cansancio es la idea de la "soberanía popular", lo que nos puede hacer recordar a Rousseau. Parece, entonces, que los revolucionarios hispanoamericanos estaban embebidos de las ideas roussonianas, enarbolándolas como estandartes, las aplicaron de la forma más ortodoxa: eran unos roussonianos cuasi-jacobinos que aplicaron las nuevas ideas iluministas y heterodoxas. Esa es una imagen de los libertadores muy presente en los liberales (para ensalzarlos) y en los hispanistas (para reprocharlos). Pero no creo que sostuvieran verdaderamente las ideas de Rousseau a rajatabla expresadas en el Contrato Social, y menos aún que rompieran con la doctrina católica (razón por la cual son los emancipadores criticados por los hispanistas).

Por tanto, quisiera expresar qué entendían los independentistas cuando hablan sobre la soberanía popular, y cómo tal idea ni es anticatólica y fundamenta, a su vez, la independencia.


La soberanía popular y Gorriti

 Cuando los independentistas sostenían que la soberanía reside en el pueblo no querían expresar más que aquel principio bien católico de que el pueblo está conformado por hombres libres, no siervos, que se dan a sí mismo un gobierno en el cual se deposita la soberanía; y que dicho pueblo tiene el derecho de reasumir -ordenadamente- su soberanía, hacer las leyes y mudar de gobierno cuando el anterior se vuelve tirano o cuando ha desaparecido.

El “pueblo” nunca es entendido como toda la masa amorfa de gente, sino a los ciudadanos, hombres libres que tienen derecho a participar en el gobierno de la polis.

Y la soberanía nunca es absoluta, puesto que se limita el poder de legislación y gobierno de la autoridad civil a la ley natural.


Y eso no es necesariamente rousseriano. El padre Juan Ignacio Gorriti, ferviente defensor de la revolución y la independencia, fue precisamente uno de los que criticó las teorías de Rousseau en su obra “Reflexiones sobre las causas morales de las convulsiones interiores en los nuevos Estados americanos” (1836):


“Me parece que es destituida de fundamento la opinión que Juan J. Rousseau aventuró el primero, á saber, que las sociedades humanas están cimentadas en lo que él llamó pacto social. Este es un error. Las sociedades humanas están cimentadas sobre la base solidísima de la ley natural, que puso a los hombres en mutua dependencia para mejorar su bienestar individual. Esta es la grande carta de la familia humana, de que a ningún hombre es lícito desviarse."

A su vez:

"El filósofo ginebrino incurre aun en otro error: de un antecedente falso deduce una conclusión absurda; él sostiene que pueden los hombres asociarse bajo de pactos conocidamente perniciosos á ellos mismos, y que estarían obligados á cumplirlos; si los hombres quieren hacerse mal y se lo hacen ¿quién tiene derecho a impedírselo? Dice en su tratado del pacto social; eso choca al buen sentido. ¿Quién prohíbe a los hombres hacerse el mal si lo quiere? La ley eterna de la naturaleza que nadie puede destruir ni mudar.”


Más adelante:

“Es aquí donde primeramente empieza el pacto social. Sean cuales fuesen estas disposiciones convencionales, ellas deben estar fundadas sobre los principios indestructibles é inalterables del derecho natural”


Y hasta vuelve a criticar a Rousseau porque éste sostiene que el pueblo debe hacer leyes mediante voto directo, en vez de representantes: “la opinion del filósofo ginebrino es insostenible.”


Ni siquiera Mariano Moreno, que imprimió el Buenos Aires el “Contrato Social” de Rousseau concordaba en todo con el autor, puesto que terminó censurando las partes en Rousseau que hablaba de religión “porque deliraba” (como dice Moreno en el prólogo de su edición).


O sea, aún despreciando las teorías iluministas eso no afectaba en nada la marcha de la revolución. Por eso Gorriti pudo apelar al principio romano de Quod omnes tangit (no a Rousseau):

“Ya no es una cuestion sujeta á pruebas, que el derecho de hacer leyes pertenesca al pueblo que las ha de obedecer, Lo que á todos toca, por todos debe aprobarse, dijeron los romanos. Este dogma político que abiertamente consagra el derecho del pueblo á intervenir en la confeccion de sus propias leyes, cayó en olvido (...)

el esplendor con que brillan los monarcas, ó es fruto de antiguos y grandes latrocinios, ó dádivas voluntarias de los pueblos, para que se consagren enteramente à velar por la prosperidad de la comunidad, y la observancia de las leyes que promueven; pero dones que se les pueden retirar, si ellos no llenan sus compromisos, ó dan el escándalo de infringir las leyes q´ aseguran á la comunidad su bien estar.”


Ahí lo único que hace es consagrar el principio de que todo gobierno es instituido para el bien común. Cuando el gobierno es tirano, puede derrocárselo. Eso no contradice en nada la doctrina católica. De ahí que Juan de Mariana dice que los gobernantes "si por sus desaciertos y maldades ponen el Estado en peligro, si desprecian la religión nacional y se hacen del todo incorregibles, creo que los debemos destronar, como sabemos que se ha hecho más de una vez en España. Cuando dejados a un lado los sentimientos de humanidad se convierten los reyes en tiranos, debemos, como si fuesen fieras, dirigir contra ellos nuestros dardos."


Podrá objetarse que Gorriti está sosteniendo que siempre es absolutamente necesario el gobierno representativo. Pero no: los verdaderos representantes del pueblo (y por tantos, en quienes reside el ejercicio de la soberanía) son los gobernantes que gobiernan con miras al bien común, sin importar que con eso no consulten a los gobernados.

Así termina pensando lo mismo que San Martín: "el título de un gobierno no está signado a la más o menos liberalidad de sus principios, pero sí a la influencia que tiene en el bienestar de los que obedecen" (1.2.1834).


















Y así se justifica la independencia, porque como dijo Juan de Mariana: "el rey es para el reino, no el reino para el rey".


Conclusión.

La soberanía reside en el pueblo porque el mismo está conformado por hombres libres, que puede darse gobierno representativo -en quien reposará la soberanía- para su bienestar, pero reservándose el derecho de derrocarlo cuando se vuelva tirano. Será representante del pueblo, y por tanto servidor, aquél que gobierne para el bien.

En tanto que el gobernante gobierna para el bien común se entiende que su autoridad es legítima, que obliga en conciencia y, por tanto, que su autoridad procede de Dios, quien la otorga para que se pueda conducir una sociedad a su fin.


Y eso es lo que enseña la doctrina católica cuando dice que toda autoridad viene de Dios (oponiéndose a la soberanía popular). En palabras de León XIII: "En efecto, es la naturaleza misma, con mayor exactitud Dios, autor de la Naturaleza, quien manda que los hombres vivan en sociedad civil (...) Dios ha querido, por tanto, que en la sociedad civil haya quienes gobiernen a la multitud" (29.6.1881. Diuturnum Illud, n. 7).


En definitiva, Gorriti, defensor de la soberanía popular, condena lo mismo que León XIII y acepta lo mismo que él acepta.


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