Esto lo podemos ejemplificar en gran variedad de casos. Por ejemplo, el Estado subvenciona y obliga a la vacunación de los hijos, porque cree que es una verdad que la vacunación es efectiva previniendo enfermedades, y porque considera que prevenirlas es un bien. Faltaría a su deber el Gobierno que no contribuyera al bien de la sociedad, dejando a la buena de Dios tareas como estas.
De modo semejante, el Estado sostiene a las fuerzas de seguridad, porque considera que es verdad que tal cosa es necesaria para el bien de la sociedad, que necesita defenderse de los malhechores.
De esto se desprende otro principio: Que el Estado no es neutral ni indiferente, sino que toma posturas y actúa en consecuencia.
No es neutral el Estado cuando establece que robar es un mal moral, que atenta contra el bien, que eso es una verdad y que por tanto debe ser penalizado. No es neutral tampoco cuando considera que las vacunas en verdad son efectivas y las subvenciona, y a la homeopatía no. Ni es neutral cuando tiene que implementar políticas económicas; como tampoco lo es cuando se deciden los temas a dar en las escuelas. Porque es una obviedad que allí se enseña la evolución y no el creacionismo; los principios democráticos y republicanos y no los monárquicos; la teoría microbiana de la enfermedad y no la teoría de los humores.
En definitiva, se considera que existen verdades en el campo de la política, de la ciencia, de la moral, de la economía, y que el Estado debe conocerlas, sostenerlas y defenderlas. El liberal dirá que sus ideas son las verdaderas; el socialista, que las suyas; el utilitarista, que las suyas. En fin, es irrelevante. La cuestión es que sostienen que existen verdades en tales campos y que deben ser aplicadas porque tales verdades contribuyen al bien de la sociedad.
El problema aquí es que arbitrariamente se excluye que existe una verdad religiosa, y se niega al Estado la necesidad y el deber de que, si existe, el promoverla y defenderla. Incluso, inconsistentemente en aquellos que creen que existe una verdad religiosa (No niegan el principio, pero afirman la consecuencia).
No es motivo de este texto demostrar que tal o cual doctrina o religión es verdadera y las demás falsas, y que ésta debe ser sostenida por el Estado. No. Sino mostrar que tales dos principios establecidos, para ser coherentes, debe aplicarse también a la verdadera religión, independientemente de cuál sea esta.
Quienes mantienen un enorme escepticismo en cuanto a alguna verdad religiosa, habría que preguntarse si también mantienen un enorme escepticismo en cuanto a una verdad moral, o política, o científica. ¿Por qué se apela al escepticismo y relativismo más puro y duro en cuanto a las verdades más primarias de la religión y no respecto a la moral? “Porque existen muchas religiones”, se dirá. Pues respondo que existen muchas posturas morales también, y el Estado no es neutral en ello.
¿Cómo es que podemos conocer verdades sobre moral o política y no sobre religión? ¿Por qué podemos saber que violar está mal, matar está mal, robar está mal, y no que Dios existe, el alma existe, o de ser el caso, para pasar de religión natural a religión revelada, decir que Jesús es el Cristo?
Alguien podrá objetar: “Es imposible de demostrar científicamente las verdades religiosas”. ¡Postura incoherente! Puesto que es afirmar tal cosa es caer en un error de categoría epistemológica. Dios, objeto de la religión, es un ente metafísico, por lo que no puede ser demostrado con métodos que se utilizan en entes físicos.
No solo es un error, sino que es incoherente, porque incluso quienes afirman tales cosas sostienen posturas que tampoco se pueden demostrar científicamente. La ciencia en ningún momento podrá demostrar que robar o matar está mal, porque la moral es campo de la filosofía. Sin embargo, no vemos quejas porque el Estado penalice tales actos como malos.
Alguno dirá: “Es absurdo comparar las verdades religiosas con las verdades morales”. Y respondo: ¿Por qué?
Solo por el hecho de que las “verdades morales” estén extendidas entre la población y aceptadas ("naturalizadas" dirían los progres constructivistas), mientras que las religiosas no, no hace que las “verdades morales” sean “verdades”, ni que las verdades religiosas sean “falsas”. Apelar a tal cosa sería una falacia ad populum, una falacia de la mayoría.
Por lo que la afirmación de que es absurdo comparar verdades religiosas y morales se quedan en nada.
Si el Estado sostiene verdades morales, científicas y políticas, debe también sostener verdades religiosas.
Rechazarán esto bajo este argumento: Existen tantas posturas religiosas que sería imposible determinar cuáles son verdaderas, nunca se llegaría a un consenso porque todos tendrían posturas distintas. En cambio, sí existe consenso sobre verdades morales, científicas y políticas.
A esto respondo que simplemente se apela, otra vez, a la falacia ad populum. El tal pretendido “consenso” simplemente hace hincapié en el acuerdo de la mayoría sobre algo, pero no nos dice nada sobre la veracidad de ese “algo”. Un consenso puede sostener algo completamente errado y nocivo; y muchas veces se llega a posturas erróneas por partir de presupuestos erróneos. Por ejemplo, ahora mismo se pretende la laicidad del Estado bajo el presupuesto falso de que no puede conocerse ninguna verdad religiosa, o que si se puede conocer, la única verdad religiosa sería que Dios no existe. Aunque se termine aceptando por consenso la laicidad del Estado, tal cosa no deja de estar errada por partir de errados presupuestos.
Además, el hecho de que existan posturas divergentes no hace que no deba tomarse una decisión o que no pueda conocerse con certeza si una afirmación, o doctrina, o postura, es verdadera o falsa.
Precisamente a la verdad se llega por el debate; y el debate y su efecto, de descubrimiento de la verdad, puede verse frustrado por las pasiones de los hombres que nublan la razón y les impiden reconocer que están errados a pesar de que les muestren con toda claridad que lo están.
Posturas divergentes existen siempre, simplemente que la ley termina tomando una decisión eligiendo una de las posturas e ignorando las demás. Éstas terminan siendo relegadas y se vuelven débiles o minoritarias. Convengamos, además, que a los laicistas no les interesó mucho que existieran posturas divergentes cuando todavía había amplios apoyos al Estado Confesional, e impusieron de un plumazo, por su autoridad, leyes laicas. E incluso con la fuerza de las armas y cortando algunas cabezas.
Alguien podrá objetar que no puede haber debate sobre las verdades religiosas, porque las verdades científicas y políticas pueden ser demostradas racionalmente, pero las verdades religiosas no.
Pero nada más alejado de la realidad. Cualquier persona que estudie la gran cantidad de apologética que se ha hecho desde la Teología Natural podrá ver que tal afirmación es completamente falsa, y denota más pereza intelectual que cualquier otra cosa.
Otros podrán asustarse del hecho de que existan verdades religiosas no significa que el Estado debe sostenerlas, promoverlas y defenderlas, porque no traerían ningún bien y además atentaría contra la libertad religiosa.
Pensamiento errado es éste, y por la siguiente razón. El Estado se debe a la justicia, para eso existe. Y es evidentísimo que, si Dios existe, el hombre tiene alguna obligación para con Él. Cumplir con la obligación que tenemos para con Él es hacerle justicia, que consiste en dar a cada cual lo que le es debido. Y a Dios, como mínimo, hemos de reconocerle la existencia y los beneficios que nos otorga. Esto es de la más pura religión natural, que aplicaría aunque todas las religiones reveladas que conocemos fuesen falsas.
Pero el Estado no cumple ni con esto, puesto que ni obliga a jurar por Dios a los magistrados cuando asumen, ni obliga a creer por lo menos en Él para ocupar puestos públicos, ni lo tiene en consideración a la hora de legislar, ni se le ofrecen oraciones públicas, ni se enseña la verdad de su existencia en las escuelas públicas. Es decir, ni siquiera se cumple con los deberes de Justicia.
Y como toda injusticia es de suya mala, es algo malo que el Estado no sea confesional. Entonces, el hecho de que el Estado sostenga las verdades religiosas SÍ trae bienes, puesto que es reconocer a Aquel que otorga todos los bienes. Es cumplir con la Justicia, que de suyo es un bien. Es inculcar la verdad en las mentes de los ciudadanos, y nada hay más bueno que la verdad, sin la cual no hay libertad ni virtud, que es lo que se busca inculcar en todo ciudadano.
Entonces, se ve claramente la falsedad de la afirmación de que el Estado no debe sostener tales verdades.
Sin olvidar que todo el mundo, por lo menos hasta mediados del siglo XIX, veía relación entre moral, bien público y religión. Como diría Napoleón: la Religión es lo que evita que la gente se degüelle por cualquier insignificancia.
Por otro lado, ello no atentaría en nada contra la libertad religiosa, porque a nadie se forzaría a aceptar tales doctrinas, como tampoco se obliga a aceptar otras posturas que el Estado promueve y defiende.
Pensar que sostener desde el Estado verdades religiosas atenta contra la libertad religiosa es tan absurdo como pensar que se atenta contra la libertad de pensamiento cuando el Estado promueve las vacunas solo porque hay anti-vacunas; cuando manda enseñar la evolución solo porque existen creacionistas; cuando sostiene una moral objetiva solo porque hay relativistas.
El Estado sostiene posturas independientemente de que existan personas disidentes; no obliga a creerlas a los ciudadanos, pero sí a respetarlas como verdades que son, y nadie lo discute.
Si les molesta que, por ejemplo, el Estado dé enseñanza religiosa en las escuelas solo porque no todos son religiosos pero no les molesta que el Estado enseñe la evolución cuando no todos son evolucionistas, entonces ahí solo hay hipocresía.
Hipocresía que se fundamenta más en los sentimientos, emociones y pasiones que en la razón.
¿Significa enseñar religión en las escuelas que los que no sostengan tales principios religiosos no podrán asistir a las escuelas? No, significa solo que se enseñarán, aunque luego no quieran creerlas; porque sus opiniones son privadas y nadie les obliga a cambiarlas. A quien no le llegue a gustar bien puede enviar a sus hijos a escuelas privadas de su confesión, o dar educación en casa.
Entonces, en ningún momento hay atentado contra la libertad religiosa. Libertad religiosa que, por cierto, no es licencia para aceptar el error como si no hubiese obligación de buscar y abrazar la verdad, sino como medida para no matarnos entre nosotros, como un mal menor; porque el error no tiene derecho a existir.
Alguno dirá que un Estado Confesional es arcaico. Pero no es tan arcaico si se piensa que, por ley, la Reina de Inglaterra debe ser protestante anglicana. ¿Es el Reino Unido una nación arcaica?
Además de que hablar de “arcaico” ni es un argumento. Es una falacia progresista que supone que todo cambio que rechace lo existente previamente es algo bueno.
Por último, se objetará que, a pesar de que aceptemos como cierto que existen verdades religiosas y que deben ser sostenidas por el Estado, sin embargo eso no sería conveniente, porque crearía un nuevo conflicto social entre diferentes posturas siendo que hay temas más urgentes, y que por tanto es conveniente mantener el statu quo.
Pero tal posición es completamente errónea.
Primeo, porque aunque aceptemos la teoría, la misma debe intentar aplicarse en la práctica, aunque sea de forma gradual. Y para ello es obvio que el statu quo debe cambiar porque hay que tener la intención de querer cambiarlo mostrando inconformidad.
Segundo, porque muchísimas postura que se adoptan desde el gobierno generan conflicto en la sociedad, pero sin embargo se toman igualmente buscando balancear las tensiones.
Tercero, porque los conflictos se dan llevados más por la pasión que por la razón.
Cuarto, porque no puede abandonarse bienes mayores y duraderos como la salvación de las almas (en un plano sobrenatural), o la virtud y moral de los ciudadanos (en un plano terrenal), solo por un mal menor y momentáneo (las tensiones sociales).
Quinto, porque a los laicistas y progresistas no les importó que sus propuestas generaran tensiones sociales. Las presentaron, las impusieron y las aprobaron. La tensión duró 3 días días y ya nadie lo discutió. Ahí el divorcio, educación sexual, matrimonio gay y aborto.
Así queda mostrado, pues, que la posición laicista es completamente inconsistente.
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