Encontré una publicación con ese título: https://www.facebook.com/TradCathPR/posts/pfbid0S5PvBLhpamBWNXq2d7EKUxUSAco57KAqunf951uhdfsoBrk9XH9UdiU627Ynr8hfl
Pero como dice cosas tendenciosas me vi obligado en responderlo.
Que la Iglesia de Cristo subsiste en la Iglesia Católica no quiere decir que la Iglesia de Cristo no es la Iglesia Católica, sino que quiere señalar que fuera de la Iglesia visible se encuentran elementos de santificación. Así lo explica la Congregación para la Doctrina de la Fe.
https://www.vatican.va/.../rc_con_cfaith_doc_20070629...
Que haya personas “fuera” de la Iglesia que puedan salvarse es algo que ya acepta Santo Tomás de Aquino, y San Agustín también.
De allí viene la distinción entre herejes materiales y herejes formales, y la distinción entre ignorancia vencible e ignorancia invencible. Los herejes materiales con ignorancia invencible pertenecen espiritualmente a la Iglesia por el votum Ecclesiae, y por ello conseguir la justificación. Eso lo dice Ludwig Ott.
Y la idea de que están unidos de alguna manera a la Iglesia se debe, justamente, a que solo por la Iglesia hay salvación. Es una reafirmación del Extra Ecclesia nulla salus.
Por lo que el Vaticano II, al expresarse así, simplemente busca expresar lo que la Iglesia ya aceptaba.
Y además, el mismo Vaticano II en la Unitatis Redintegratio, n.3, identifica al Cuerpo de Cristo con la Iglesia Católica como una misma cosa: “Solamente por medio de la Iglesia católica de Cristo (…) para constituir un solo Cuerpo de Cristo en la tierra, al que tienen que incorporarse totalmente todos los que de alguna manera pertenecen ya al Pueblo de Dios”.
Lo mismo la Lumen Gentium:
“El es la cabeza del cuerpo, que es la Iglesia (…) Cristo, en verdad, ama a la Iglesia (…) colma de bienes divinos a la Iglesia, que es su cuerpo y su plenitud (…)
Cristo, el único Mediador, instituyó y mantiene continuamente en la tierra a su Iglesia (…)Mas la sociedad provista de sus órganos jerárquicos y el Cuerpo místico de Cristo (…)
Esta es la única Iglesia de Cristo, que en el Símbolo confesamos como una, santa, católica y apostólica” (nn. 7-8).
Por lo que aquí no hay contradicción con la Mystici Corporis.
Por otro lado, no se entiende de qué manera la Iglesia no apela a la conversión sino a la conversación, cuando el mismo Vaticano II promulgó el decreto Ad Gentes sobre la actividad misionera de la Iglesia, donde dice textualmente que la Iglesia pretende la conversión de los hombres que no están en ella:
“La Iglesia peregrinante es misionera por su naturaleza” (n. 2).
“La misión, pues, de la Iglesia se realiza mediante la actividad por la cual, obediente al mandato de Cristo y movida por la caridad del Espíritu Santo, se hace plena y actualmente presente a todos los hombres y pueblos para conducirlos a la fe, la libertad y a la paz de Cristo por el ejemplo de la vida y de la predicación, por los sacramentos y demás medios de la gracia, de forma que se les descubra el camino libre y seguro para la plena participación del misterio de Cristo” (n. 5).
“El fin propio de esta actividad misional es la evangelización e implantación de la Iglesia en los pueblos o grupos en que todavía no ha arraigado.
(…)
El medio principal de esta implantación es la predicación del Evangelio de Jesucristo” (n. 6).
“La razón de esta actividad misional se basa en la voluntad de Dios, que "quiere que todos los hombres sean salvos y vengas al conocimiento de la verdad” (…) Es, pues, necesario que todos se conviertan a El, una vez conocido por la predicación del Evangelio, y a El y a la Iglesia, que es su Cuerpo, se incorporen por el bautismo” (n. 7).
Incluso la Gaudium et Spes, n. 28 dice que el diálogo no implica atenuar el anuncio de la verdad: “Esta caridad y esta benignidad en modo alguno deben convertirse en indiferencia ante la verdad y el bien. Más aún, la propia caridad exige el anuncio a todos los hombres de la verdad saludable”.
Luego, sobre las opiniones de Rahner de que la resurrección de Jesús no ocurrió en la Historia y que el mismo Cristo fue salvado, es irrelevante porque el Vaticano II no enseña eso.
Luego, sobre la Dignitatis Humanae, se dice:
“Pero la Dignitatis humanae parece sugerir que los católicos deberían esforzarse en buscar la libertad religiosa de todas las (falsas) religiones, equiparándolas al catolicismo”.
Y se afirma también que no existe derecho a creer en una falsa religión, porque no existe derecho a obrar mal.
Sobre lo de equiparar la Religión Católica con las demás religiones, la Dignitatis Humanae dice precisamente lo contrario:
“Creemos que esta única y verdadera religión subsiste en la Iglesia Católica y Apostólica (…) Por su parte, todos los hombres están obligados a buscar la verdad, sobre todo en lo que se refiere a Dios y a su Iglesia, y, una vez conocida, a abrazarla y practicarla (…) deja íntegra la doctrina tradicional católica acerca del deber moral de los hombres y de las sociedades para con la verdadera religión y la única Iglesia de Cristo” (n. 1).
Por tanto, no hay equiparación.
Después, una cosa es el derecho moral, pero otra cosa es el derecho civil. La Dignitatis no trata del derecho moral, sino de los límites del poder represivo del Estado para con actos que pueden ser malos moralmente hablando. Lo dice al inicio:
“la libertad religiosa que exigen los hombres (…) se refiere a la inmunidad de coacción en la sociedad civil” (Y por ello “deja íntegra la doctrina tradicional católica acerca del deber moral de los hombres…”).
Todos reconocen que es contrario a la doctrina católica el forzar a los infieles a bautizarse, porque la fe es libre; y sin embargo, eso implicaría dejarles con la libertad de seguir en sus falsas religiones (por principio de tercero excluido: o los forzamos a la fe o tienen libertad, no hay tercera opción). Aunque pequen en su infidelidad, sin embargo no pueden ser obligados a la Fe. Y en esto que se dice que tienen derecho, en que no pueden ser obligados a la conversión; no en que pueden obrar mal sin cometer pecado.
Así León XIII:
“Es, por otra parte, costumbre de la Iglesia vigilar con mucho cuidado para que nadie sea forzado a abrazar la fe católica contra su voluntad, porque, como observa acertadamente San Agustín, «el hombre no puede creer más que de buena voluntad»” (Immortale Dei, n. 18).
También Santo Tomás de Aquino:
“Entre los infieles hay quienes nunca aceptaron la fe, como son los gentiles y los judíos. Estos, ciertamente, de ninguna manera deben ser forzados a creer, ya que creer es acto de la voluntad” (Suma Teológica, II-II, 10, 8).
Y también sobre los ritos de las falsas religiones (o sea, el culto público):
“El gobierno humano proviene del divino y debe imitarle. Pues bien, siendo Dios omnipotente y sumamente bueno, permite, sin embargo, que sucedan males (…) Así, pues, en el gobierno humano, quienes gobiernan toleran también razonablemente algunos males (…) Por consiguiente, aunque pequen en sus ritos, pueden ser tolerados los infieles, sea por algún bien que puede provenir de ello, sea por evitar algún mal” (Suma Teológica, II-II, 10, 11).
Eso debería ser claro en cuanto que la misma Dignitatis Humanae dice que deja intacta la doctrina sobre el deber moral de buscar la verdad.
La Historia de Bonifacio solo nos habla de cómo eliminó el culto público de los paganos, pero eso no hace que los paganos abandonen el error ni hubiese dado el derecho a San Bonifacio de forzar a los paganos a la conversión.
Y sobre la contraposición entre la antigua doctrina de la tolerancia y la del derecho a la libertad de la Dignitatis Humanae, hablando de los infieles esto solo nos habla del culto público. Porque evidentemente no puede haber simple tolerancia de la infidelidad interior, en la conciencia, como si dependiera de la voluntad de la autoridad civil el dejar de tolerarlo y obligar a los infieles a la conversión, porque es obvio que no tiene esa potestad.
Así dice León XIII:
“si bien la Iglesia juzga ilícito que las diversas clases de culto divino gocen del mismo derecho que tiene la religión verdadera, no por esto, sin embargo, condena a los gobernantes que para conseguir un bien importante o para evitar un grave mal toleran pacientemente en la práctica la existencia de dichos cultos en el Estado” (Immortale Dei, n. 18).
Se tolera para conseguir un bien o para evitar un mal, en razón del bien público o bien común.
Si la tolerancia es dañina al bien público, debe disminuirse; si le es favorable, es un bien (Libertas praestantisimum, n. 23).
Lo que viene a hacer la Dignitatis es a decir que la tolerancia permite conseguir un bien, que es la conversión. Además de otro bien, que es la paz.
El mismo Santo Tomás establece que una de las causas que permite tolerar los cultos de los infieles es justamente la conversión libre a la fe (además de la paz, puesto que evita la discordia):
“No hay, en cambio, razón alguna para tolerar los ritos de los infieles, que no nos aportan ni verdad ni utilidad, a no ser para evitar algún mal, como es el escándalo, o la discordia que ello pudiera originar, o la oposición a la salvación de aquellos que, poco a poco, tolerados de esa manera, se van convirtiendo a la fe” (Suma Teológica, II-II, 10, 11).
Pero el mismo Concilio dice que puede limitarse la libertad religiosa cuando es dañina:
“Además, puesto que la sociedad civil tiene derecho a protegerse contra los abusos que puedan darse bajo pretexto de libertad religiosa, corresponde principalmente a la autoridad civil prestar esta protección. Sin embargo, esto no debe hacerse de forma arbitraria, o favoreciendo injustamente a una parte, sino según normas jurídicas conformes con el orden moral objetivo. Normas que son requeridas por la tutela eficaz de estos derechos en favor de todos los ciudadanos y por la pacífica composición de tales derechos, por la adecuada promoción de esta honesta paz pública, que es la ordenada convivencia en la verdadera justicia, y por la debida custodia de la moralidad pública” (n. 7).
Por lo que aquí están los dos principios sobre la tolerancia: permitir cuando es útil, limitar/prohibir cuando es dañino.
Cuándo es útil: la doctrina tradicional dirá que solo cuando evita un mal como la discordia o el escándalo, y cuando permite un bien como la conversión. La Dignitatis dirá que es en general siempre útil, porque permite la conversión y trae la paz.
La verdadera innovación del Vaticano II simplemente es incluir a los herejes y cismáticos dentro de esa libertad religiosa, cuando antes se consideraba que sí podían ser forzados a la fe.
Sobre Nostra Aetate, con respecto a los hindúes y budistas, cualquiera que lea el documento y no solo las dos oraciones citadas en el texto puede ver que están queriendo concluir más de lo que el texto dice. Porque el mismo no está hablando de la veracidad o efectividad de tales doctrinas, sino describiendo lo que tales doctrinas enseñan.
Sobre el hinduismo, el texto no dice que “contemplan el misterio divino”, sino que escrutan (eso dice en latín: Ita in Hinduismo homines mysterium divinum scrutantur) o investigan (en su versión en español) el misterio divino; es decir, que lo observan o examinan con minuciosidad. Y por el contexto, se habla de la labor intelectual, de razón, por la cual se busca comprender el misterio divino, que luego lo expresan en mitos y filosofía.
Eso no nos habla sobre si con su observación o examen llegan a la verdad sobre Dios; y no tiene nada que ver con la oración de contemplación (de la que justamente habla el Catecismo, nn. 2709-2719).
Y sobre el budismo, se está describiendo su doctrina; no diciendo que tal doctrina es efectiva y que el camino que enseñan es correcto. Justamente en el párrafo siguiente el mismo documento dice que Cristo es el camino (Jn. 14,6).
Luego, sobre que los musulmanes adoren al mismo Dios que nosotros.
Tal cosa lo dice incluso San Justino sobre los judíos, que ciertamente no adoran a la Trinidad:
"Pero tampoco creemos nosotros que uno sea nuestro Dios y otro el de ustedes, sino el mismo que sacó a sus padres de la tierra de Egipto con mano poderosa y brazo excelso; ni en otro alguno hemos puesto nuestra confianza -pues tampoco le hay-, sino en el mismo que ustedes, en el Dios de Abrahán y de Isaac y de Jacob" (Diálogo con Trifón, 11.1).
Y también el Catecismo Mayor de San Pío X:
“227 ¿Quiénes son los infieles? - Infieles son los que no tienen el Bautismo ni creen en Jesucristo, o porque creen y adoran falsas divinidades, como los idólatras, o porque, aún admitiendo al único verdadero Dios, no creen en Cristo Mesías, ni como venido ya en la persona de Jesucristo ni como que ha de venir: tales son los mahometanos y otros semejantes”.
Y el mismo Catecismo Romano dice que había pueblos que adoraban a Dios, aún sin conocer la Trinidad:
“Sin embargo, hízose necesaria la explícita prohibición por la ignorancia religiosa de muchos pueblos antiguos que, ADORANDO AL VERDADERO DIOS (no conocían la Trinidad), pretendían al mismo tiempo mantener el culto de otras muchas falsas divinidades”.
Luego, sobre que los masones coincidirían sin reservas a todo lo dicho antes, es completamente falso.
Citan al Vaticano II por la mitad, ignorando lo que no les conviene para esa interpretación y encima dándole a lo que citan un sentido que no era el que le buscaba dar el Concilio. El Vaticano II en NINGÚN lado dice que las demás religiones BASTAN para iluminar a la humanidad. Explícitamente dice lo contrario, incluso en la misma Nostra Aetate:
“La Iglesia católica no rechaza nada de lo que en estas religiones hay de santo y verdadero. (…) Anuncia y tiene la obligación de anunciar constantemente a Cristo, que es "el Camino, la Verdad y la Vida" (Jn., 14,6), en quien los hombres encuentran la plenitud de la vida religiosa y en quien Dios reconcilió consigo todas las cosas”.
O Lumen Gentium:
“…esta Iglesia peregrinante es necesaria para la salvación. (…)no podrían salvarse aquellos hombres que, conociendo que la Iglesia católica fue instituida por Dios a través de Jesucristo como necesaria, sin embargo, se negasen a entrar o a perseverar en ella”.
El cual también dice textualmente, sobre los infieles:
“Pero con mucha frecuencia los hombres, engañados por el Maligno, se envilecieron con sus fantasías y trocaron la verdad de Dios en mentira, sirviendo a la criatura más bien que al Creador (cf. Rm 1,21 y 25), o, viviendo y muriendo sin Dios en este mundo, se exponen a la desesperación extrema”.
Esas son las cosas que debía aclarar.
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